lunes, 25 de mayo de 2009

[cristinapresidente] El Proyecto Independentista de 1810 Por Hugo Chumbita (EL UMBRAL)



1810 � 25 de Mayo - 2009

Proyecto de liberaci�n del dominio colonial espa�ol y de otras formas de subordinaci�n a los intereses de las grandes potencias que influ�an en el mundo.

 

PRINCIPIO 37�:TODO PROYECTO NACIONAL ES GENERACIONAL.

� Belgrano ���Artigas ���Moreno �San Martin� ��Monteagudo �Dorrego� �O�Higgins

�����������

Examinando la condici�n social de los l�deres revolucionarios, advertimos que

Belgrano era hijo de un comerciante de origen genov�s que hab�a perdido su fortuna al ser procesado por un caso de corrupci�n en la Aduana 77 ;

Artigas era un jefe de gauchos que hab�a roto lazos con la ciudad, ex contrabandista indultado para ser capit�n de Blandengues 78�

Moreno proven�a del hogar de un funcionario de hacienda, medianamente ilustrado pero pobre de recursos;

San Mart�n era pr�cticamente un descastado, de origen mestizo seg�n testimonios de la tradici�n oral, y

Monteagudo era otro mestizo de cuna humilde que hab�a padecido impugnaciones por la condici�n de casta de su madre 79 ;

Dorrego proven�a de una familia portuguesa, por ende sospechosos de ser jud�os conversos;

O�Higgins era hijo natural de un ex virrey y una campesina criolla, que por ello no hab�a podido ingresar al ej�rcito en Espa�a.

 

Por un motivo u otro, ninguno de ellos entraba en el canon de posesi�n de fortuna y �pureza de sangre� que constitu�an los t�tulos de pertenencia a la aristocracia colonial y a los c�rculos de sus pretendidos sucesores.

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PROYECTO NACIONAL DE LA INDEPENDENCIA

1800-1850

PRIMERA PARTE

La conciencia de la prioridad de la independencia, la liberaci�n de la dominaci�n externa, las demandas por la emancipaci�n y derechos de todas las clases sociales y la idea de la revoluci�n como modelo de cambio social. Como tambi�n el ejemplo de la movilizaci�n de todos los sectores del pueblo por la causa com�n, la concepci�n de la misi�n del Ej�rcito como defensa de la patria, la solidaridad con los pa�ses suramericanos del mismo origen, el federalismo como forma de organizaci�n del Estado, el liderazgo de los movimientos populares y la figura del gaucho como s�mbolo de la libertad y la rebeld�a nacional .San Mart�n demuestra de qu� somos capaces los argentinos. El cruce de los Andes, como ense�a Cirigliano, fue en aquella� �poca equivalente a lo que m�s tarde ser�a llegar a la luna. El eje central, liberar liberando, marco el derrotero suramericano, de solidaridad y de libertad que para ser tal debe ser compartida.

Por Hugo Chumbita

 

Introducci�n

Principio 7�: Todo proyecto de pa�s es metahistoria.

 

El proyecto nacional de la emancipaci�n confiere un sentido a la historia argentina en la primera mitad del siglo XIX.

 

Es el proyecto de liberaci�n del dominio colonial espa�ol y de otras formas de subordinaci�n a los intereses de las grandes potencias que influ�an en el mundo de aquel tiempo.

 

Implica la inauguraci�n de un nuevo orden pol�tico y una profunda transformaci�n de la sociedad colonial, en la cual se liberan las energ�as y las demandas del conjunto del pueblo.

 

Surge con la llamada generaci�n de 1810, y su expresi�n m�s n�tida es el programa de los dirigentes que conciben y conducen la guerra por la independencia. Aunque el enemigo frontal son los realistas, existen otras acechanzas exteriores, que tienen su correlato en la oposici�n interna que deben enfrentar los jefes revolucionarios.

 

El marco internacional en aquella �poca es la difusi�n de los grandes cambios que impon�an, a partir de sus centros en Gran Breta�a y Francia, la revoluci�n econ�mica industrial y la revoluci�n pol�tica del liberalismo.

 

La declinaci�n del Imperio espa�ol fincaba en la imposibilidad de dar respuesta a esos desaf�os.

 

La viabilidad del proyecto independentista depend�a de que los pa�ses sudamericanos pudieran desarrollar, en tal contexto, las bases pol�ticas, econ�micas y sociales de su autodeterminaci�n, como hab�an comenzado a hacerlo las ex colonias norteamericanas.

 

Pero la estrategia del ascendente Imperio Brit�nico, y en general las ambiciones de las potencias europeas, conspiraban contra la plena independencia de estas nuevas rep�blicas, a las que trataron de controlar e incorporar a su radio de influencia por v�a del comercio, la diplomacia, e incluso la agresi�n armada, practicando viejas y nuevas formas de colonialismo.

 

Un sector importante de la elite, afirmado en los negocios del puerto de Buenos Aires, va a inclinarse a favorecer esa estrategia y tendr� su expresi�n en los planes del c�rculo rivadaviano para implantar en nuestro pa�s el modelo de la sociedad europea.

 

En la d�cada de 1820, el proyecto de la emancipaci�n logra imponerse por las armas en la guerra contra Espa�a, pero la construcci�n del Estado republicano tropieza con graves contradicciones pol�ticas y regionales.

 

En las provincias del Plata, el conflicto entre unitarios y federales representa la exacerbaci�n de las luchas internas de la d�cada anterior, que se plantea entonces entre el partido de la elite y los caudillos provinciales formados en las filas de los ej�rcitos patriotas.

 

Las contiendas civiles llegan a un punto de ruptura, que conlleva el riesgo de la disgregaci�n territorial, y de ese conflicto emerge como soluci�n la dictadura de Rosas, que si bien proscribe a los unitarios, en otros �rdenes propone una transacci�n de las tendencias en pugna. Frente a una oposici�n que se convert�a en aliada de las potencias imperialistas, aquel gobierno mantuvo una pol�tica econ�mica independiente y defendi� la integridad del pa�s contra los ataques externos.

 

En la primera parte del trabajo consideramos el per�odo revolucionario de la independencia, de 1806 a 1820, que va desde la movilizaci�n que suscitan las invasiones inglesas hasta la disoluci�n del gobierno nacional del Directorio.

 

En la segunda parte tratamos el per�odo de 1820 a 1835, que podemos ver como una etapa de transici�n, en la cual se constituyen las provincias, se despliega el programa unitario y el proyecto independentista encuentra sus continuadores dentro del movimiento federal.

 

En la tercera parte analizamos el per�odo que comienza en 1835 con la consolidaci�n del r�gimen rosista, que en algunos aspectos centrales asume la defensa del proyecto nacional de la independencia, hasta su ca�da en 1852.

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Presentan

14 siglos de Historia, 7 Proyectos de pa�s. �Vamos por el 8�!

Este trabajo de Investigaci�n realizado Hugo Chumbita - junto a los investigadores que han tenido a su cargo esta etapa del Proyecto Umbral que son Jorge Bol�var, Armando Poratti, Mario Casalla, Oscar Castellucci, Catalina Pantuso y Francisco Pestanha- inspirados en el saber, en el pensamiento situado y en la propuesta metodol�gica del maestro Profesor Gustavo Cirigliano, ha sido llevado cabo con el auspicio del Sindicato Argentino de Docentes Privados SADOP, el Sindicato �nico de Trabajadores de Edificio de Renta y Horizontal SUTERH, el Instituto para el Modelo Argentino IMA y en Centro de Estudios para la Patria Grande SEPAG bajo la coordinaci�n pol�tico acad�mica de Horacio Ghilini, V�ctor Santa Mar�a, Daniel Di B�rtolo y Jos� Luis Di Lorenzo..

La secuencia de Proyectos de Pa�s que se aborda:

1. Proyecto de los habitantes de la tierra (600-1536). por Fco. Jos� Pestanha.

2. La Argentina hispana o colonial (1536-1800), que aborda Mario Casalla.

3. Las Misiones Jesu�ticas (1605-1768), a cargo de Catalina Pantuso.

4. Independentista (1800-1850), investigaci�n a cargo de Hugo Chumbita.

5. El Proyecto del 80 (1850-1976), a cargo de Jorge Bol�var.

6. El Proyecto de la Justicia Social (1945-1976), por Oscar Castellucci

7. El Proyecto de la sumisi�n incondicionada al Norte imperial y globalizador (1976 � 2001�)

por Armando Poratti.

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PRIMERA PARTE

REVOLUCI�N Y GUERRA POR LA INDEPENDENCIA

( 1 8 0 6 -1 8 2 0 )

 

Principio 22�: Todo proyecto nacional tiene un comienzo y un cierre en vinculaci�n con su viabilidad dentro del marco mundial.

 

En la primera etapa que consideramos, desde la resistencia a las invasiones inglesas en el R�o de la Plata en 1806 y 1807, hasta la disoluci�n del Directorio de las Provincias Unidas en 1820, la lucha por la independencia se superpone con la guerra.

 

Seg�n veremos, los patriotas m�s decididos impulsan la movilizaci�n pol�tica y militar de todo el pueblo, y sus propuestas revolucionarias chocan en el frente interno con las actitudes m�s conservadoras o reformistas provenientes de algunos c�rculos

de la elite, que debilitan los avances de la revoluci�n sin llegar a frenarla.

 

El proyecto del pa�s independiente era factible en el contexto de la revoluci�n burguesa mundial.

 

Las consecuencias de aquellas convulsiones en Europa le ofrecieron la oportunidad inicial, con la crisis de la corona espa�ola.

 

Pero a la vez, ese mismo proceso impulsaba el ascenso del Imperio brit�nico, cuyas miras ya estaban puestas en extender su dominaci�n en el continente sudamericano.

 

Inspirados en las ideas del liberalismo europeo y espa�ol y en sus corolarios constitucionalistas, los patriotas conceb�an fundar una naci�n de personas libres e iguales. He ah� el argumento y la voluntad del proyecto; a�n faltaba organizar una infraestructura econ�mica que la sustentara.

 

En cuanto a la forma de gobierno, la �soberan�a del pueblo� invocada por los criollos exig�a tranformar la sociedad jer�rquica y desigual heredada de la colonia, donde los derechos estaban restringidos a una minor�a bajo el absolutismo realista.

 

Preparar a los nuevos ciudadanos para ejercer esos derechos se revelar� como una tarea dif�cil de realizar de un d�a para otro.

Distinguimos tres vertientes del proyecto que, por encima de sus diferencias, comparten una orientaci�n revolucionaria, americanista e integradora: la acci�n de los jacobinos porte�os, de los federales de Artigas y de las logias lautarinas de San Mart�n.

 

A estas l�neas se oponen, dentro del incipiente proyecto independentista, las posiciones de ra�z elitista y europeizante que �prevalecen en el Primer Triunvirato y en el Directorio.

 

Partimos entonces de una indagaci�n de las propuestas expl�citas de los revolucionarios, confrontadas con las de sus opositores. En la resoluci�n de tales contradicciones se dirime el rumbo del pa�s.

 

En esta fase inicial, el proyecto independentista logra triunfos decisivos en la guerra contra los espa�oles, pero pierde a sus principales conductores, v�ctimas de las disensiones que conspiran contra el desarrollo de la revoluci�n.

 

 

La Generaci�n Revolucionaria de 1810

 

Principio 37�:Todo proyecto nacional es generacional.

 

Dentro de la generaci�n de 1810, los principales dirigentes que impulsaron la revoluci�n, condujeron la guerra por la independencia y plantearon cambios pol�ticos sustanciales, fueron Belgrano, Moreno, Castelli, Artigas y San Mart�n.

 

En los grupos que encabezaron �los �jacobinos�, los federales y las logias �lautarinas�� se formaron numerosos militantes,y muchos otros compatriotas sudamericanos compartieron la misma causa, ya que el proyecto de la emancipaci�n era esencialmente una empresa de dimensi�n continental.

 

En el primer nucleamiento patriota, que vemos movilizarse ya en 1806, aparecen Juan Jos� Castelli, Hip�lito Vieytes y los hermanos Saturnino y Nicol�s Rodr�guez Pe�a, relacion�ndose con Belgrano y Moreno.

 

En 1811, Artigas se convirti� en el conductor de otro polo revolucionario, que desde la Banda Oriental extendi� su influjo a las dem�s provincias y tuvo incluso partidarios en Buenos Aires.

 

En 1812 se constituy� la Logia Lautaro, a la cual se plegaron algunos morenistas, como Bernardo de Monteagudo, y se dividi� luego por la ruptura entre Alvear y San Mart�n.

 

En estos tres grupos revolucionarios encontramos afinidades, acuerdos y disidencias, pero sobre todo respuestas concordantes a las cuestiones nodales acerca de la lucha por la independencia y la nueva sociedad que proyectaban.

 

Los �jacobinos� porte�os Si bien el calificativo de �jacobinos� es discutible, es usual caracterizar as� al n�cleo porte�o que adher�a a las ideas de Rousseau, los m�s radicales en el seno del primer gobierno patriota, que adem�s propugnaron, como los jacobinos franceses, la aplicaci�n de medidas dr�sticas contra los enemigos de la Revoluci�n.

 

Las Memorias del general Enrique Mart�nez testimonian que el grupo de Castelli, Vieytes y los Rodr�guez Pe�a era una sociedad mas�nica . Estas logias, a las cuales ingresaban incluso sacerdotes, no estaban re�idas con el catolicismo, aunque s� se opon�an al absolutismo pol�tico y religioso, difundiendo el esp�ritu universalista y filantr�pico propio del liberalismo burgu�s ilustrado de ese

tiempo.

 

La finalidad b�sica de las logias �rituales� era la ilustraci�n de sus miembros en esos principios, pero resulta evidente que se constituyeron asimismo logias �operativas� con prop�sitos pol�ticos m�s definidos, como fue el caso de las sociedades secretas

hispanoamericanas .

 

Los v�nculos establecidos a trav�s de la masoner�a explicar�an la actitud del grupo de Vieytes y Castelli y los Rodr�guez Pe�a en la �poca de las invasiones inglesas, en sinton�a con los planes que instaba el venezolano Miranda, cuando se discut�a la posibilidad y el alcance de la intervenci�n de Gran Breta�a en Sudam�rica: algunos pol�ticos y militares ingleses planeaban establecer una especie de colonia, protectorado o base de negocios en el R�o de la Plata, y los criollos pretend�an que esa ingerencia se limitara a ayudarles a independizarse.

 

Ver Gand�a, 1 961

Corbiere, 1 998: cap. XI y XIII

 

La invasi�n de 1806 defraud� tales expectativas, pues los ocupantes exigieron acatar la corona brit�nica y se comportaron como conquistadores, practicando confiscaciones y otorgando la �libertad de comercio� s�lo con Inglaterra.

Tras la reconquista de Buenos Aires, la fuga de Beresford, organizada por Saturnino Rodr�guez Pe�a, se habr�a tramado seg�n las reglas de solidaridad entre masones, buscando que abogara para rectificar la pol�tica de su gobierno.

 

Tras el fracaso de aquellas gestiones, en el grupo porte�o gan� adeptos el proyecto de traer de Rio de Janeiro a la princesa Carlota, hermana de Fernando VII, para lograr la independencia bajo la cobertura de su reinado.

 

La Logia Independencia, que se habr�a organizado en 1810 presidida por el joven Juli�n �lvarez, se cree fue un precedente de la formaci�n de la Logia Lautaro en Buenos Aires.

 

�lvarez era un te�logo y jurista que dej� los h�bitos para sumarse a la revoluci�n; estuvo cerca de Moreno, particip� de las reuniones del caf� de Marco y de la Sociedad Patri�tica y colabor� luego con la campa�a de San Mart�n.

 

Como redactor de La Gaceta contribuy� a una pr�dica democr�tica y, siguiendo las ideas de Rousseau que recusaban la delegaci�n de la soberan�a en los representantes, propuso encauzar la participaci�n popular mediante asambleas peri�dicas, articuladas incluso con reuniones asamblearias de los habitantes de la campa�a: �Cuando se ha aceptado un �sistema popular�, nadie puede prohibirle al pueblo que se re�na en cabildos abiertos� .

 

Belgrano puede ser incluido en este grupo por su formaci�n intelectual y sus coincidencias con Castelli y Moreno. Aunque sus reflexiones y sus actitudes pol�ticas traducen en general un pensamiento menos �jacobino�, como jefe militar no dej� de aplicar medidas de extremo rigor en circunstancias cr�ticas.

 

Castelli, Saturnino Rodr�guez Pe�a, Moreno, Monteagudo y �lvarez hab�an estudiado leyes en la Universidad de Charcas, cuando a�n estaban frescas las impresiones de la insurrecci�n de T�pac Amaru de 1780 y la tr�gica represi�n posterior: all�, donde eran m�s visibles las injusticias y las contradicciones del r�gimen colonial, fue donde estallaron los primeros alzamientos patriotas en 1809.

 

El Plan de Operaciones de la Primera Junta, que por iniciativa de Belgrano se encomend� redactar a Moreno − un documento revelador, del que se hallaron copias en archivos de diferentes pa�ses y es reconocido como aut�ntico por la generalidad de los historiadores− condensa el proyecto revolucionario jacobino.

 

En �l se recomiendan castigos ejemplares contra los enemigos, utilizar todos los medios a favor de la revoluci�n, sancionar la libertad e igualdad de las castas, suprimiendo las discriminaciones por el color de la piel, abolir la esclavitud, incorporar las masas campesinas a la revoluci�n y organizar la econom�a nacional bajo control estatal.

 

El Plan preve�a sublevar la campa�a de la Banda Oriental contra el basti�n realista de Montevideo y ganar para la causa al capit�n Jos� Artigas, a sus hermanos, primos y otros individuos de acci�n, de gran ascendiente en las zonas rurales.

 

Esta parte del Plan debi� ser inspirada por Belgrano, quien conoc�a la regi�n por la estancia que ten�a all� su familia. Aunque los t�rminos con que se califica a los jefes gauchos trasuntan cierta desconfianza hacia quienes � como el mismo Artigas � hab�an participado en actividades clandestinas del contrabando de ganado al Brasil, queda claro que se les asignaba un papel primordial en las operaciones .

 

Ver Binay�n, 1 960: 12 4 y ss.

 

Artigas fue efectivamente atra�do a la causa y se puso al frente de la insurrecci�n, con su ej�rcito de montoneras y con la estrecha colaboraci�n de los indios. Incluso tent� la posibilidad de extender la revoluci�n al sur del Brasil, seg�n contemplaba el Plan.

 

Conduciendo el Ej�rcito del Norte, Castelli actu� en consecuencia con las instrucciones que llevaba de �conquistar la voluntad de los indios� , a los que la Junta liberaba de los antiguos tributos y reconoc�a la dignidad de ciudadanos.

 

En el acto de las ruinas de Tiahuanaco, convocado el 25 de mayo de 1811, se leyeron los decretos que pon�an un plazo perentorio para cortar los abusos contra los ind�genas, repartir tierras, dotar de escuelas a sus pueblos, eximirlos de cargas e imposiciones y asegurar la elecci�n de los caciques por las comunidades.

 

Monteagudo, redactor de aquellas resoluciones y militante del grupo morenista que integr� luego la Logia Lautaro, al declarar en el juicio contra Castelli por la campa�a del Alto Per�, no vacil� en declarar que ellos combat�an la dominaci�n espa�ola luchando por �el sistema de igualdad e independencia� .

 

Los federales artiguistas

 

El programa republicano radical de Artigas � entroncando con el movimiento de los llamados �tupamaros� orientales, que invocaban el ejemplo de T�pac Amaru� era una original combinaci�n de las costumbres de las pampas con las lecturas de Rousseau: el orgullo de hombres libres de los gauchos resultaba congruente con la orientaci�n democr�tica de la Revoluci�n.

 

El caudillo recog�a las aspiraciones del campesinado en armon�a con las doctrinas liberales igualitarias, reclamando fundar

el poder pol�tico en los derechos de representaci�n de los hombres y de las regiones, todos en pie de igualdad.

 

Los diputados orientales a la Asamblea del A�o XIII postulaban para las Provincias Unidas la forma de gobierno republicana y confederal.

 

Artigas cont� con el asesoramiento de su sobrino y secretario, el cura Jos� Monterroso, que conoc�a las doctrinas pol�ticas de Thomas Paine y el sistema federal norteamericano.

 

Asimismo, los artiguistas proyectaron una constituci�n democr�tica para la Provincia Oriental, inspirada en la carta de 1780 del estado de Massachusetts.

 

El primer art�culo declaraba los derechos esenciales e inajenables de las personas por los que el gobierno deb�a velar, y se establec�a que el pueblo �tiene derecho a alterar el gobierno, para tomar las medidas necesarias a su seguridad, prosperidad y felicidad�.

 

Otras cl�usulas establec�an la educaci�n p�blica universal como responsabilidad del Estado y obligaci�n de los padres, para difundir la ense�anza de los derechos del hombre y el pacto social. Se garantizaba incluso a los ciudadanos el acceso a una recta

justicia y la elecci�n de funcionarios de gobierno que sean �unos sustitutos y agentes suyos�, porque el poder reside en el pueblo .

Estos principios se proyectaron en las acciones de gobierno que impuls� Artigas, y en particular en su plan agrario.

 

Ver Chumbita, 2 000: cap. 2 .

Ver Chaves, 1 944: 22 4.

Chaves, 1 944: 251 y ss.

Ver Echag�e, 1 950: 49-50.

Ver Ravignani, 1 929.

 

Las comunicaciones con el Cabildo de Montevideo, que representaba a los propietarios, reflejan su firme pero prudente relaci�ncon

la elite, as� como las reticencias de �sta� ante las medidas m�s radicales.

 

Dada la necesidad de repoblar y poner en producci�n los campos asolados por la guerra, y ante las vacilaciones del Cabildo,

Artigas dict� personalmente el Reglamento de Tierras de 1815.

 

Antes hab�a otorgado posesiones a sus partidarios y ocupado campos de los adversarios de la revoluci�n, pero ahora se trataba

de un nuevo orden rural, para recuperar la ganader�a, poblar y distribuir la propiedad.

 

Las tierras no ocupadas y las confiscadas a �los malos europeos y peores americanos� deb�an repartirse en suertes de estancia a los solicitantes, con car�cter de donaci�n, dando preferencia a los libertos, zambos, indios y criollos pobres.

 

El Directorio hab�a llegado a dictar un decreto que infamaba a Artigas como bandolero y pon�a precio a su cabeza. Sin embargo, el Congreso de Oriente, reunido en junio de 1815, lo ratific� como �Protector de los Pueblos Libres� de cinco provincias disidentes: la Banda Oriental, Entre R�os, Corrientes, Misiones y C�rdoba.

 

Reiteradamente los gobernantes de Buenos Aires le ofrecieron un arreglo sobre la base de la independencia de la Banda Oriental,

que �l rechaz�, manteniendo su proyecto de confederaci�n.

 

El general Jos� Mar�a Paz se preguntaba en sus Memorias por las causas del �xito de las guerrillas artiguistas frente a los ej�rcitos regulares. Aunque ciertas t�cticas montoneras eran un factor no desde�able, lo decisivo era �el ardiente entusiasmo que animaba a los montoneros� que se bat�an con fanatismo y a menudo prefer�an morir antes que rendirse.

 

En la ra�z de este fervor, Paz no dej� de se�alar �el esp�ritu de democracia que se agitaba en todas partes. Era un ejemplo muy seductor ver a esos gauchos de la Banda Oriental, Entre R�os y Santa Fe dando la ley a las otras clases de la sociedad, para que no deseasen imitarlo los gauchos de las otras provincias�.

 

Si la agitaci�n que cund�a no era genuinamente democr�tica, �deber�an culpar al estado de nuestra sociedad, porque no podr� negarse que era la masa de la poblaci�n la que reclamaba el cambio.

 

Para ello debe advertirse que esa resistencia, esas tendencias, esa guerra, no eran el efecto de un momento de falso entusiasmo

[...] era una convicci�n err�nea, si se quiere, pero profunda y arraigada�.

 

Si bien Paz seguramente exagera, no cabe duda que el movimiento artiguista ten�a fuertes componentes de democracia directa, con algunas expresiones asamblearias y pr�cticas que ejercitaban el poder popular armado.

 

En aquellos a�os surg�an en Entre R�os y en Santa Fe dos j�venes caudillos que� tomaron el poder y alinearon sus provincias tras el programa federal de Artigas: Francisco �Pancho� Ram�rez y Estanislao L�pez.

 

En Corrientes, los artiguistas se afirmaron con el concurso de jefes populares como el capit�n �indio� Blas Basualdo, ocupando la gobernaci�n don Jos� de Silva y un oficial de las milicias rurales, Juan Bautista M�ndez.

 

En C�rdoba prevaleci� durante un tiempo la fracci�n pol�tica artiguista conducida por los hermanos Juan Pablo Bulnes y Eduardo P�rez Bulnes y el abogado Jos� Antonio Cabrera.

 

El comandante Andresito Guacurar�, ahijado de Artigas, encabez� la lucha de los guaran�es para establecer una provincia aut�noma en la regi�n misionera.

 

El cuestionamiento de Artigas al centralismo porte�o determin� que el Directorio consintiera la invasi�n portuguesa a la Banda Oriental para eliminarlo, y uno de los que levantaron su voz contra esa maniobra fue el joven oficial Manuel Dorrego, condenado por ello al destierro.

 

Jos� Mar�a Paz, Memorias,1954, cap. IX y X.

 

Los lautarinos

 

Los planes revolucionarios de San Mart�n se basaron en las logias lautarinas, en las que participaron activamente Tom�s Guido, Bernardo de O�Higgins, Monteagudo y otros colaboradores del Ej�rcito de los Andes.

 

Pese a la reserva que mantuvieron sus miembros, existen evidencias del papel que jugaron estas asociaciones.

 

El nombre Lautaro concuerda con los gestos indigenistas de San Mart�n, una constante en su trayectoria que le llev� a coincidir con Belgrano y otros patriotas en la propuesta de la monarqu�a incaica.

 

San Mart�n se hab�a incorporado en C�diz a la logia de los Caballeros Racionales, presidida por Carlos de Alvear. La red de la Gran Reuni�n Americana, promovida en Europa por Francisco de Miranda con la colaboraci�n de Sim�n Bol�var, previ� la acci�n coordinada de los patriotas que se dirigieron a las ciudades m�s importantes de Sud Am�rica para impulsar la revoluci�n, y San Mart�n retorn� v�a Londres a Buenos Aires, en 1812, como parte de esos planes.

 

La inicial Logia Lautaro, as� como las ulteriores logias lautarinas fundadas por San Mart�n en Buenos Aires, Santiago de Chile y Lima, constituyeron una especie de partido secreto en el que se discut�an las alternativas pol�ticas y las decisiones estrat�gicas.

 

La Asamblea del a�o XIII fue controlada pol�ticamente por la Logia Lautaro,� en el momento en que comenzaba a escindirse en alvearistas y sanmartinianos. Aunque en su seno hubo contradicciones, como el rechazo de los diputados de Artigas, la Asamblea reafirm� el proyecto de la emancipaci�n, declar� los derechos de igualdad ciudadana y dict� la libertad de vientres para terminar progresivamente con la esclavitud.

 

La constituci�n de la Logia Lautaro de Chile 10, que debi� ser an�loga a la de Buenos Aires, ilustra sobre los principios org�nicos de estas sociedades. La logia matriz se compon�a de un n�mero determinado de �caballeros americanos�, no pod�a ser admitido ning�n espa�ol ni extranjero, y s�lo un eclesi�stico, el �de m�s importancia por su influjo y relaciones�.

 

Los miembros que ocuparan funciones pol�ticas o militares pod�an ser facultados para crear sociedades subalternas en otras localidades.

 

Todos quedaban obligados a �sostener, a riesgo de la vida, las determinaciones de la Logia� y mantener el secreto de la existencia de la misma bajo pena de muerte.

 

El rol pol�tico de la Logia aparec�a claramente estipulado en el art�culo 9�: �Siempre que alguno de los hermanos sea elegido para el Supremo gobierno, no podr� deliberar cosa alguna de grave importancia sin haber consultado el parecer de la Logia, a no ser que la urgencia del negocio demande pronta providencia, en cuyo caso, despu�s de su resoluci�n, dar� cuenta en primera junta�. Tambi�n se prescrib�a que el hermano en funciones dirigentes �deber� consultar y respetar la opini�n p�blica de todas las provincias�, reiter�ndose en varias disposiciones esta idea de gobernar conforme a la opini�n p�blica.

 

San Mart�n se concentr� en organizar la guerra, concibiendo y realizando el papel libertador del ej�rcito. No obstante, contra la visi�n de Mitre, que enaltec�a su 10 obra militar descalificando sus aptitudes pol�ticas, podemos ver �especialmente en la gobernaci�n de Mendoza y el Protectorado en Lima� su inteligencia como gobernante y estadista.

 

Publicada por Vicu�a Mackenna en El ostracismo de O�Higgins; Obras completas, 1 938.

 

San Mart�n promovi� y aplaudi� la lucha de G�emes al frente de sus gauchos en el norte, y no pod�a menos que apreciar la contribuci�n de Artigas a la causa independentista en la Banda Oriental. Aunque discrepaba con la propuesta federalista, se

neg� a combatir a los federales cuando fue llamado para ello por el Directorio.

 

La correspondencia de San Mart�n con Guido entre noviembre y diciembre de 1816 revela su confianza inicial en la resistencia artiguista frente a la invasi�n de los portugueses al territorio oriental: �yo opino que Artigas los frega completamente�; asimismo, crey� inevitable entrar en la guerra: �veo tambi�n que cuasi es necesaria�; pero luego se resign� a la ocupaci�n portuguesa: �no es la mejor vecindad, pero habl�ndole a V. con franqueza la prefiero a la de Artigas: aqu�llos no introducir�n el desorden y anarqu�a, y �ste si la cosa no se corta lo verificar� en nuestra campa�a�11 .

 

A pesar de esta opini�n, San Mart�n promovi� una mediaci�n del gobierno chileno entre el Directorio y los caudillos del litoral, y escribi� personalmente a Artigas para que aceptara una tregua: �paisano m�o, hagamos una transacci�n a los males presentes; un�monos contra los maturrangos, bajo las bases que usted crea y el gobierno de Buenos Aires m�s convenientes, y despu�s que no tengamos enemigos exteriores, sigamos la contienda con las armas en la mano�12 . Pero el intento se frustr� al ser terminantemente desautorizado por Pueyrred�n.

 

Cuando se produjo la ca�da del Directorio, preocupado por el peligro de disgregaci�n del pa�s, San Mart�n dirigi� una �Proclama a los habitantes de las Provincias Unidas�, fechada en Valpara�so el 22 de julio de 1820, donde explicaba su oposici�n al federalismo:

 

"Diez a�os de constantes sacrificios sirven hoy de trofeo a la anarqu�a; la gloria de haberlos hecho es mi pesar actual cuando se considera su poco fruto. (...) El genio del mal os ha inspirado el delirio de la federaci�n. (...) Pensar en establecer el gobierno

federativo en un pa�s casi desierto, lleno de celos y de antipat�as locales, escaso de saber y de experiencia en los negocios p�blicos, desprovisto de rentas para hacer frente a los gastos del gobierno general fuera de los que demande la lista civil de cada estado, es un plan cuyos peligros no permiten infatuarse ni a�n con el placer ef�mero que causan siempre las ilusiones de la novedad."

 

Si es evidente que estas palabras ten�an por destinatarios a los federales, en un p�rrafo posterior se dirig�a a los hombres de Buenos Aires, defendiendo su negativa a usar las armas contra aqu�llos:

 

11 Pasquali, 2 000: 7 4, 77 , 80.

12 Orsi, 1 991: 3 4-35 .

 

"Compatriotas: yo os dejo con el profundo sentimiento que causa la perspectiva de vuestra desgracia; vosotros me hab�is acriminado a�n de no haber contribuido a aumentarla, porque �ste habr�a sido el resultado si yo hubiese tomado una parte

activa en la guerra contra los federalistas: mi ej�rcito era el �nico que conservaba su moral y me expon�a a perderla abriendo una campa�a en que el ejemplo de la licencia armase mis tropas contra el orden. En tal caso era preciso renunciar a la empresa de libertar al Per� y suponiendo que la suerte de las armas me hubiera sido favorable en la guerra civil, yo habr�a tenido que llorar la victoria con los mismos vencidos. No, el general San Mart�n jam�s derramar� la sangre de sus compatriotas y s�lo desenvainar� la espada contra los enemigos de la independencia de Sudam�rica."

 

Las contradicciones internas desgarraban el proceso de la revoluci�n, y San Mart�n se negaba a intervenir en luchas partidarias. En las provincias, como en Buenos Aires, las facciones disputaban el poder por la fuerza y la investidura de los gobernantes no lograba hacerse respetar.

 

El gobierno nacional del Directorio hab�a sido disuelto, v�ctima de sus extrav�os.

 

Artigas tambi�n hab�a sido derrotado por su empecinamiento. San Mart�n, revolucionario pero hombre de orden, se alarmaba por las consecuencias disruptoras de la causa en la que se hallaba comprometido. No era el �nico en inquietarse ante los desbordes de la revoluci�n.

 

El joven Monteagudo fue evolucionando desde su inicial democratismo ultra rousseauniano, junto a los morenistas de la Sociedad Patri�tica, hacia una actitud moderada, cuando acompa�� el Directorio de Alvear; y luego, incorporado al grupo lautarino, adopt� posiciones coincidentes con las de San Mart�n, colaborando en la experiencia chilena y en el Protectorado peruano.

 

En la Memoria de 1823 �Sobre los principios que segu� en mi administraci�n del Per�� explica esa transici�n, desde que abrazara

�con fanatismo� el sistema democr�tico, hasta que ya en Chile se pudo considerar recuperado de �esa especie de fiebre mental, que casi todos hemos padecido�.

 

En su opini�n, �el furor democr�tico, y algunas veces la adhesi�n al sistema federal� hab�an sido para los pueblos de Am�rica una funesta caja de sorpresas13 .

 

Monteagudo reconoc�a haber actuado severamente en Lima para desterrar a los espa�oles y haber seguido el principio de �restringir las ideas democr�ticas�, justificando esta actitud con penetrantes observaciones acerca de la sociedad peruana, donde cre�a que las diferencias sociales y la aversi�n entre las castas eran incompatibles con la democracia y la forma federal. Conclu�a esta Memoria llamando a los dirigentes del Per� a practicar las m�ximas en que se resum�a la experiencia de la revoluci�n: �energ�a en la guerra y sobriedad en los principios liberales�14 .

 

Como San Mart�n y Belgrano, Monteagudo, despu�s de sus tropiezos con la realidad, descre�a de la viabilidad de la rep�blica y del federalismo en aquellas circunstancias. Este era probablemente un estado de opini�n que se generaliz� hacia el fin de la d�cada revolucionaria entre los dirigentes patriotas, abriendo camino a las posiciones autoritarias y centralistas que prevalecer�an en la siguiente etapa.

 

13 Monteagudo, 2 006: 1 08-109.

14 Monteagudo, 2 006: 11 0-11 4.

 

Proyecto de la Emancipaci�n

 

Principio 3� : Todo proyecto nacional es estructurante y totalizador.

 

El proyecto revolucionario se puede resumir en el concepto de emancipaci�n, con el doble significado que adquir�a este vocablo: liberarse del sometimiento a la metr�poli y de las formas de opresi�n inherentes a la sociedad colonial.

 

Los revolucionarios respond�an as� a los problemas que enfrentaban con una visi�n integradora: el prop�sito de liberaci�n adquir�a una dimensi�n a la vez pol�tica y social, y el �patriotismo americano� se defin�a en una perspectiva geogr�fica continental, con fuertes connotaciones indigenistas.

 

En el marco de estos grandes objetivos, se contemplaba la organizaci�n del nuevo Estado seg�n los principios de la revoluci�n burguesa mundial, basada en las teor�as del pacto social y del constitucionalismo liberal.

 

Contra lo que afirma la historiograf�a tradicional, la influencia del liberalismo econ�mico fue menor entre los patriotas revolucionarios, y en todo caso sus principios deb�an subordinarse a la necesidad de construir una econom�a que fuera el sustento

de la autodeterminaci�n nacional.

 

El enemigo externo

 

Principio 7�: Cada proyecto nacional determina −decide− a qui�n hay que considerar como enemigo.

 

Para los patriotas revolucionarios la lucha independentista era ante todo el rechazo al sometimiento colonial. Pero como lo advirtieron en el Congreso de Tucum�n de 1816 los diputados de C�rdoba, de influencia artiguista, no s�lo se trataba de la independencia de la corona y de la metr�poli espa�ola, sino tambi�n �de toda otra potencia extranjera�, seg�n se sancion� expresamente en una significativa adici�n.

 

A esa fecha estaba claro ya que la plena emancipaci�n resultaba incompatible con otras formas de tutelaje de las potencias europeas que codiciaban estos territorios.

 

La construcci�n de un nuevo Estado independiente requer�a enfrentar tales acechanzas. Es importante advertir aqu� que el �iberalismo de la �poca �tanto en los modelos que brindaba la pol�tica europea como en la pr�ctica de los patriotas americanos�

se asociaba estrechamente con el nacionalismo, fundado en el axioma de las soberan�as estatales.

 

Los criollos revolucionarios ten�an fuertes expectativas sobre la ayuda que pod�a prestar Gran Breta�a a la causa independentista, y por diversas v�as solicitaron su auspicio.

 

Claro que, despu�s de las invasiones de 1806 y 1807, no pod�an enga�arse respecto a las propensiones colonialistas de los ingleses; y como lo demostr� la resistencia a aquellos intentos, no estaban dispuestos a aceptar una mera mudanza de coloniaje.

 

Belgrano cuenta en sus memorias hab�rselo manifestado as� a un prisionero ingl�s, el brigadier Crawford: �nosotros quer�amos el amo viejo o ninguno�; agregando, con respecto a la posible y futura independencia de las colonias espa�olas, por qu� �sta no pod�a sujetarse a la tutela inglesa: �aunque ella se realizase bajo la protecci�n de la Inglaterra, �sta nos abandonar�a si se ofrec�a un partido ventajoso a Europa, y entonces vendr�amos a caer bajo la espada espa�ola; no habiendo una naci�n que no aspirase a su inter�s, sin que le diese cuidado de los males de las otras�15 .

 

Acerca de las ambiciones de los brit�nicos, Belgrano le escrib�a a Moreno el 27 de octubre de 1810: �est� Vd. siempre sobre sus estribos con todos ellos, quieren puntitos en el Rio de la Plata, y no hay que ceder ni un palmo de grado�16 .

 

En el Plan de Operaciones es evidente que las recomendaciones de efectuar diversas concesiones a Inglaterra se formulaban con plena conciencia de que la pol�tica exterior de aquel pa�s se guiaba ante todo por los intereses mercantiles: �Nuestra conducta con Inglaterra, y Portugal, debe ser ben�fica, debemos proteger su comercio, aminorarles los derechos, tolerarlos, y preferirlos aunque suframos algunas extorsiones�

 

El nacionalismo defensivo de los patriotas aparece inequ�vocamente en un art�culo period�stico de Mariano Moreno:

"Los pueblos deben estar siempre atentos a la conservaci�n de sus intereses y derechos; y no deben fiar sino de s� mismos. El extranjero no viene a nuestro pa�s a trabajar en nuestro bien, sino a sacar cuantas ventajas pueda proporcionarse. Recib�moslo

en hora buena, aprendamos las mejoras de su civilizaci�n, aceptemos las obras de su industria y franque�mosle los frutos que la naturaleza nos reparte a manos llenos; pero miremos sus consejos con la mayor reserva, y no incurramos en el error de aquellos pueblos inocentes que se dejaron envolver en cadenas en medio del embelesamiento que les hab�an producido los chiches y abalorios" 18 .

 

En cuanto a San Mart�n, no obstante su admiraci�n por las instituciones europeas y las amistades que cultivaba con los brit�nicos, su categ�rica oposici�n a las intervenciones anglofrancesas en el R�o de la Plata en la �poca de Rosas demuestran cu�les eran sus ideas al respecto.

 

Por encima de las especulaciones t�cticas, para los revolucionarios la emancipaci�n deb�a ser completa.

 

Claro que el �independentismo radical tropezar�a con fuertes presiones externas, con los partidarios de soluciones negociadas y los grupos locales interesados en estrechar lazos pol�ticos, comerciales y financieros con las metr�polis industriales de Europa, por lo que la lucha emancipadora estaba lejos de alcanzar sus objetivos.

 

15 Belgrano, 1 966: 33 .

16 Levene, 1 949.

17 Moreno, 1 961: 2 91.

18 Gaceta de Buenos Aires, 2 0 de septiembre 1 810.

 

La nueva legitimidad

 

Principio 28�: Cada proyecto nacional implica una inevitable ruptura con el proyecto nacional anterior, originando una nueva legitimidad.

 

Los dirigentes de la revoluci�n entend�an a �sta como la creaci�n de una nueva legitimidad constitucional que asegurara los derechos ciudadanos.

 

El pr�logo de Moreno al Contrato Social 19 enunciaba el prop�sito de dictar una constituci�n que restituyera los derechos usurpados a los americanos por los conquistadores: �La gloriosa instalaci�n del gobierno provisorio de Buenos Aires ha producido tan feliz revoluci�n en las ideas, que agitados los �nimos de un entusiasmo capaz de las mayores empresas, aspiran a una constituci�n juiciosa y duradera que restituya al pueblo sus derechos, poni�ndolos al abrigo de nuevas usurpaciones�.

 

Moreno advert�a que los nuevos principios no deb�an quedar �reservados a diez o doce literatos�, y la difusi�n del libro de Rousseau persegu�a un objetivo trascendente:

"El ciudadano conocer� lo que debe al magistrado, quien aprender� igualmente lo que puede exigirse de �l; todas las clases, todas las edades, todas las condiciones participar�n del gran beneficio que trajo a la tierra este libro inmortal, que ha debido

producir a su autor el justo t�tulo de legislador de las naciones. Las que lo consulten y estudien no ser�n despojadas f�cilmente de sus derechos".

 

Se ha debatido en la historiograf�a en qu� medida la revoluci�n de 1810 era parte del proyecto de la revoluci�n liberal espa�ola, y si fue m�s importante o m�s directa la influencia de Rousseau que la de Su�rez u otros precursores del liberalismo en Espa�a.

 

Lo que parece claro es que las formulaciones contractualistas de cepa hispana no eran tan liberales ni democr�ticas como han querido ver algunos historiadores.

 

Por de pronto, la teor�a del origen pactado del poder admit�a muy diversas interpretaciones: siguiendo a Hobbes pod�a ser la justificaci�n de la monarqu�a absolutista; seg�n Locke adquir�a un sentido liberal, fundando los derechos naturales de los individuos; y con Rousseau llegaba a ser una propuesta m�s radicalmente democr�tica.

 

Un ejemplo de las �ambig�edades infinitas� a que pod�a dar lugar la noci�n del pactum societatis es el caso del de�n Funes, quien en su Biograf�a se jactaba de haberse adelantado a �poner la primera piedra de la revoluci�n� al reconocer la existencia del contrato social �en su oraci�n f�nebre a la memoria de Carlos III, en 1790�, siendo que tal invocaci�n no era entonces sino un modo de ensalzar el sometimiento al poder del monarca.20

 

El an�lisis de Halper�n Donghi sobre la tradici�n del pensamiento pol�tico espa�ol en relaci�n con las ideas de la Revoluci�n de Mayo, se�ala las limitaciones del contractualismo y del constitucionalismo en las teorizaciones de Francisco de Vitoria, el padre Francisco Su�rez y Gaspar de Jovellanos, ligadas a distintas fases de la evoluci�n de la monarqu�a en la pen�nsula, y demasiado reticentes sus autores a extraer de ellas una concepci�n amplia de los derechos de los s�bditos, como para que puedan ser consideradas fuentes ideol�gicas de los patriotas americanos.

 

19 Moreno, 1 961: 23 4 y ss.

20 Halper�n Donghi, 1 985: 71 -76.

 

No obstante esas salvedades, es evidente que los postulados de la soberan�a del pueblo y del pacto social, asociados a la idea de la Constituci�n como garant�a de los derechos ciudadanos frente al poder, hab�an penetrado simult�neamente en los sectores ilustrados de Espa�a y en sus colonias.

 

Ello proven�a principalmente de la difusi�n de los autores franceses, y en especial la descripci�n de las instituciones inglesas efectuada por Montesquieu, que serv�an de fundamento a los partidarios de la monarqu�a constitucional, entre los cuales sobresalen dos hombres que se formaron intelectualmente en la metr�poli: San Mart�n y Belgrano.

 

La independencia de las colonias norteamericanas, los acontecimientos de la Revoluci�n Francesa y los t�rminos de la Declaraci�n de los Derechos del Hombre y del Ciudadano presentaban como realidades hist�ricas las consecuencias revolucionarias de aquellos principios. Belgrano cuenta en su Autobiograf�a c�mo recibi� esa influencia junto con los c�rculos �letrados� espa�oles: �Como en la �poca de 1789 me hallaba en Espa�a y la revoluci�n de Francia hiciese tambi�n la variaci�n de ideas, y particularmente en los hombres de letras con quienes trataba, se apoderaron de m� las ideas de libertad, igualdad, seguridad, propiedad�.21

 

Lo cierto es que la confluencia con el movimiento liberal y constitucionalista espa�ol tropez� con la incomprensi�n de las demandas de igualdad e independencia de los americanos en las Cortes liberales de C�diz, y el posterior interregno de la monarqu�a constitucional fue pronto abatido por el absolutismo de Fernando VII. La revoluci�n independentista en Am�rica triunf� contra los ej�rcitos de Espa�a y tuvo que fundar su propia legitimidad.

 

Un proyecto existencial

 

Principio 33� : Todo aut�ntico proyecto nacional es terap�utico.

 

Monteagudo se�ala que el clamor independentista surgi�, m�s que de los ejemplos extranjeros y de una convicci�n de principios, de un sentimiento generalizado de rechazo a los dominadores: �Con la idea de independencia comenzaron tambi�n a difundirse

nociones generales acerca de los derechos del hombre; mas �ste era un lenguaje que muy pocos entend�an�.

 

Las afirmaciones de Monteagudo son muy enf�ticas en cuanto a la motivaci�n emocional que predominaba entre los criollos:

"Dig�moslo francamente: con excepci�n de algunas docenas de hombres, el resto de los habitantes no tuvieron m�s objeto al principio que arrancar a los espa�oles el poder de que abusaban, y complacerse a vista del contraste que deb�a formar su

semblante despavorido y humillado, con esa frente altanera donde los americanos le�an desde la infancia el destino ignominioso de su vida".22

 

21 Belgrano, 1 966: 2 4.

22 Monteagudo, 2 006: 1 09.

 

Belgrano, no obstante su paciente disposici�n para tratar de ganar la voluntad de los virreyes y las autoridades coloniales, describe en t�rminos semejantes la soberbia espa�ola y el �nimo de los criollos en el momento en que, al disolverse el poder en la pen�nsula,

se presentaba la ocasi�n de expulsar a los conquistadores: �No es mucho, pues, no hubiese un espa�ol que no creyese ser se�or de Am�rica, y los americanos los miraban entonces con poco menos estupor que los indios en los principios de sus horrorosas carnicer�as, tituladas conquistas�.23

 

Estos testimonios sugieren c�mo, a partir de los ejemplos y las ideas revolucionarias del exterior (las �razones generales� o fundamentos ideol�gicos), la �pasi�n eficiente� radicaba en las vivencias propias de la opresi�n colonial.

 

En el prop�sito de abatir a la clase de los dominadores lat�a el anhelo de rescatar la plena dignidad de los colonizados, �inferiorizados� por aquella dominaci�n. Mediante la realizaci�n del proyecto independentista ir�an emergiendo de su depresi�n

como personas y como pueblo.

 

La liberaci�n de un pueblo

 

Principio 1� : Todo proyecto nacional libera y moviliza reservas (poblaci�n y recursos naturales) hasta ese momento sin uso o marginadas o conflictivas.

 

El proyecto de liberaci�n, y en particular la guerra contra los realistas, exig�a movilizar las energ�as de todo el pueblo.

 

Los patriotas apelaron as� a sumar, adem�s de los criollos de la �clase decente�, al bajo pueblo, a los gauchos y a las castas, sectores que en la sociedad colonial estaban excluidos de la ciudadan�a, sometidos incluso a estatutos que los esclavizaban o les privaban del reconocimiento pleno de su dignidad humana.

 

En un manifiesto a los indios del Per�, Castelli los llamaba a apoyar la causa de la independencia garantiz�ndoles la restituci�n de sus derechos:

"Sabed que el gobierno de donde procedo s�lo aspira a restituir a los pueblos su libertad civil, y que vosotros bajo su protecci�n vivir�is libres, y gozar�is en paz juntamente con nosotros esos derechos originarios que nos usurp� la fuerza. En una palabra, la Junta de la capital os mira siempre como a hermanos, y os considerar� como a iguales".24

 

Conduciendo los primeros ej�rcitos patriotas, Castelli y Belgrano se empe�aron en ganar el apoyo de los pueblos del interior. Belgrano, al atravesar la zona misionera en la expedici�n al Paraguay, incorpor� a los guaran�es a sus fuerzas, y desde el cuartel general de Curuz�-Cuati� promulg� el estatuto para los pueblos de las Misiones del 30 de diciembre de 1810, en el cual se les reconoc�a la igualdad civil y pol�tica, se les exim�a de tributos y se ordenaba distribuir tierras y crear escuelas. 25

 

La movilizaci�n para la campa�a libertadora de San Mart�n puso en pr�ctica la conscripci�n de los negros esclavos �a menudo forzosa para sus amos� que los liberaba despu�s de prestar servicios militares, y procur� sumar como auxiliares a las

comunidades ind�genas, reconociendo sus cacicazgos y costumbres tradicionales.

 

23 Belgrano, 1 966: 3 9.

24 Castelli, Manifiesto del 5 de febrero 1 911 .

25 Torre Revello, 1 958: cap. 4�.

 

En cuanto a los paisanos criollos, otros gestos de San Mart�n muestran c�mo entend�a los cambios en las relaciones sociales que deb�a traer la revoluci�n.

 

Hall�ndose en una estancia de C�rdoba y oyendo quejarse a un pe�n por los golpes que le hab�a propinado su mayordomo espa�ol, le pregunt� c�mo era posible que, despu�s de tres a�os de revoluci�n, un maturrango se atreviera a levantar la mano contra un americano; �es que �ramos un pueblo de carneros?

 

No pasaron muchos d�as cuando el mayordomo quiso castigar del mismo modo a otro pe�n y �ste le di� "una buena cuchillada".26

San Mart�n apoy� la iniciativa de Belgrano sobre la monarqu�a incaica, uno de cuyos prop�sitos era movilizar a los pueblos herederos de esa cultura para la causa de los patriotas, y trat� de sumar efectivamente a sus fuerzas a �nuestros paisanos los

indios�.

 

En 1816, reunido con los caciques pehuenches en su campamento de El Plumerillo, les solicit� su concurso para cruzar los Andes y �acabar con los godos que les hab�an robado la tierra de sus padres�, declarando que �l tambi�n era indio.27

 

Aunque Mitre omite este testimonio y describe otro parlamento realizado en el mes de septiembre de 1816, en San Carlos, como una mera maniobra para confundir a los realistas, hay documentos adicionales que subrayan la importancia estrat�gica que San Mart�n asignaba a la colaboraci�n de los ind�genas.

 

El d�a 24 de ese mismo mes y a�o le informaba a Guido el �xito de tales gestiones: �Conclu� con toda felicidad mi Gran Parlamento con los indios del Sur, no solamente me auxiliar�n al Ej�rcito con ganados, sino que est�n comprometidos a tomar una parte activa contra el enemigo�.28

 

En la campa�a al Per�, el llamado de San Mart�n a la movilizaci�n de los ind�genas ser�a a�n m�s perentorio; sobre ello es ilustrativa su elocuente proclama traducida a la lengua quechua. Ya como Protector en Lima, entre otras reformas trascendentes suprimi� los tributos y servicios forzados, aboli� la denominaci�n de �indio� para borrar las discriminaciones, y estableci� la libertad de vientres y la de los esclavos que se incorporaban a las armas patriotas.29

 

En los dichos y en los hechos de los patriotas revolucionarios, urgidos por movilizar a los pueblos en la guerra por la �independencia, podemos ver una traslaci�n de los principios universales de libertad, igualdad y fraternidad a la realidad americana

de su tiempo.

 

Claro que aquel liberalismo igualitario chocar�a con sectores de la clase alta, herederos de los privilegios coloniales, que trataron de impedir o retrasar el inevitable proceso de emancipaci�n social .

 

26 Paz, 1 924, tomo I, p. 2 07.

27 Olaz�bal, 1 942: 40-42.

28 Pasquali, 2 000: 67.

29 Ver Paz Sold�n, 1 865: cap. XVI.

 

La emancipaci�n social

 

Principio 10�: El proyecto nacional ha de concertar los ideales con los intereses.

Principio 27�: S�lo en un proyecto nacional dependiente o en un antiproyecto, la propia poblaci�n interna, o parte de ella,

puede ser tenida por enemigo/a y ser perseguido como tal.

 

La propuesta de la emancipaci�n social est� impl�cita en la acepci�n amplia del �pueblo� al cual se dirig�an los revolucionarios, ya que, como advertimos en su discurso, �ste es un concepto mucho m�s comprensivo que el que reduc�a la ciudadan�a a la �clase

decente�. En consecuencia, propugnaron la efectiva igualdad de las �castas�, a la vez que se preocupaban por preparar al conjunto del pueblo para conocer y ejercer sus derechos.

 

La igualdad en Am�rica, m�s que suprimir t�tulos nobiliarios casi inexistentes, exig�a abolir los privilegios de la �pureza de sangre� institu�dos por el r�gimen de castas, comenzando necesariamente por las r�moras de la esclavitud y la sujeci�n de los indios, que constitu�an el fundamento de otras discriminaciones contra las capas mestizas mayoritarias de la poblaci�n.

 

El r�gimen de castas establecido en las colonias hispanoamericanas reconoc�a como �gente decente� s�lo a los espa�oles y a sus leg�timos descendientes blancos, que en principio ten�an los mismos derechos, aunque no fuera as� en la pr�ctica.

 

La impureza de sangre imped�a a los dem�s ser considerados �de honrada naturaleza�. En un plano inferior estaban los mestizos �entre los cuales se contaban, adem�s de los hijos de india y espa�ol, los zambos, mulatos y otros �pardos��, a quienes se restring�a

el acceso a los cargos honor�ficos, la titularidad de encomiendas, la adquisici�n de tierras, la educaci�n y las funciones militares

y eclesi�sticas, sobre todo si eran por su cuna "ileg�timos".

 

Los ind�genas eran sometidos a protecci�n como menores de edad. Y en el �ltimo pelda�o, los esclavos estaban sujetos a la voluntad de sus amos.

 

Este sistema se basaba por analog�a en las medidas discriminatorias que se establecieron en la pen�nsula con las persecuciones a los jud�os y la conquista de los territorios �rabes.

 

A la gran masa de �cristianos nuevos�, conversos del juda�smo �los ladinos o marranos� y del islamismo �los moriscos�, se les ved� el acceso a los cargos p�blicos, la carrera militar, las �rdenes religiosas, e incluso a ciertas profesiones, colegios y universidades.

 

De all� la difusi�n de los estatutos de "limpieza de sangre", que requer�an probar la condici�n de "cristiano viejo", acreditando no tener mezcla de jud�os, moros, gitanos, paganos, ni otras tachas raciales o legales �herej�a, condenas por brujer�a, sodom�a, bigamia o �amancebamiento�� que afectaran a la persona o a sus ascendientes de varias generaciones.30

 

En Am�rica no era f�cil clasificar las innumerables combinaciones raciales y otras situaciones particulares resultantes del proceso de la conquista, que los jueces coloniales debieron resolver en numerosos pleitos por la pureza de sangre: los mestizos pod�an tener muy diversos grados de mezcla, y cierta jurisprudencia reputaba blanco a quien ten�a un octavo de sangre ind�gena o un diecis�isavo de sangre negra.31

 

30 Vicens Vives, 1 977 ; Canessa, 2 000: 2 06 y ss.

 

En la realidad de las costumbres, la estratificaci�n se simplificaba seg�n el color de la piel: cuanto m�s blanco, el individuo se situaba m�s arriba en la pir�mide social; aunque tambi�n pend�a sobre ciertos apellidos − especialmente de origen portugu�s −

la sospecha de tener ancestros jud�os o �marranos�.

 

Otro fen�meno americano fue la existencia en el medio rural de los gauchos, �hombres sueltos�, �mozos perdidos� y descastados

de toda procedencia −esclavos fugados, soldados desertores, etc.− que inicialmente se dedicaban a la caza de ganado salvaje en los m�rgenes de la sociedad colonial, imitando el medio de vida de las tribus ecuestres, y frecuentemente conviviendo con ellas en las �reas de frontera.

 

Eran de hecho hombres libres, "sin tierra ni patr�n", por lo cual las autoridades coloniales los consideraban malvivientes y a menudo fueron perseguidos aplic�ndoles la el�stica etiqueta de �bandidos".

 

En su �Disertaci�n jur�dica sobre el servicio personal de los indios en general y sobre el particular de yanaconas y mitayos�, le�da en Charcas en 1802, Moreno sosten�a la necesidad de aplicar �el sagrado dogma de la igualdad� y liberar a los ind�genas del �insufrible e inexplicable trabajo que padecen los que viven sujetos a este penoso servicio�32 ..

 

En junio de 1810, Moreno comenz� por aplicar el principio de igualdad a las milicias, cuando convoc� a los oficiales indios, hasta entonces agregados al �cuerpo de castas de pardos y morenos�, para comunicarles que deb�an sumar su tropa a los regimientos de criollos, �alternando con los dem�s sin diferencia alguna y con igual opci�n a ascensos�33.

 

El Plan de Operaciones contempl� legislar la igualdad de las castas:

"el gobierno debe tratar y hacer publicar con la mayor brevedad posible, el reglamento de Igualdad y Libertad entre las distintas castas que tiene el Estado, en aquellos t�rminos que las circunstancias exigen, a fin de, con este paso pol�tico, exaltar m�s los �nimos; pues a la verdad siendo por un principio innegable que todos los hombres descendientes de una familia, adornados de unas mismas cualidades, es contra todo principio o derecho de Gentes querer hacer una distinci�n para la variedad de colores, cuando son unos efectos puramente adquiridos por la influencia de los climas".34

 

A continuaci�n, la reflexi�n 19� del Plan preve�a la abolici�n de la esclavitud.

 

La Asamblea del A�o XIII, confirmando y ampliando una medida de la Junta Grande, que en setiembre de 1811 hab�a eliminado el tributo de �los indios, nuestros hermanos�, reconoc�a a los mismos como �hombres perfectamente libres y en igualdad de derechos a todos los dem�s ciudadanos�, quedando extinguidas la mita, el yanaconazgo y toda forma de servicio personal.35

 

Los principios igualitarios de Artigas resaltan en el Reglamento de Tierras de 1815, donde previ� la distribuci�n de la propiedad rural con el criterio de que �los m�s infelices sean los m�s privilegiados�: concretamente, los negros libres, los zambos, los indios y los criollos pobres.

 

31 Rosenblat, 1 945: 2 65 h.

32 Ver Lewin, 1 971 : 1 41-142.

33 Lewin, 1 971 : 1 61 y ss.

34 Reflexi�n 1 8� del art�culo 1 �

35 Ver Canter, 1 961-63

 

Otra expresi�n elocuente son sus instrucciones al gobernador de Corrientes Jos� de Silva, en carta del 9 de abril de 1815, donde le recomendaba: "No hay que invertir el orden de la justicia. (Hay que) mirar por los infelices y no desampararlos sin m�s delito que su miseria. Es preciso borrar esos excesos del despotismo. Todo hombre es igual a presencia de la ley. Sus virtudes o delitos los hacen amigables u odiosos. Olvidemos esa maldita costumbre que los engrandecimientos nacen de la cuna".36

 

Halperin Donghi puntualiza el caso de una consulta de Castelli a la Primera Junta antes de otorgar cierta distinci�n a un oficial negro, como ejemplo de que los revolucionarios conservaban �la estructura de castas heredada del r�gimen aborrecido�.

 

Es verdad que la esclavitud no fue abolida sino muy parcialmente tres a�os despu�s, y que se opon�an a ello fuertes resistencias. Sin embargo, los mismos t�rminos de la comunicaci�n de Castelli eran una invitaci�n a eliminar tales discriminaciones: �El capit�n de los Morenos es muy recomendable por sus virtudes sociales y militares (...) �No pudiera declararle cuando lo exija la oportunidad el uso de Don a uno de castas o la calidad de distinguido si es soldado, vendi�ndose aquel t�tulo en la C�mara por

menos valor que una acci�n virtuosa?�37 .

 

Instrucci�n y cultura popular

 

Principio 21�: Todo proyecto nacional determina el sistema educativo congruente y da origen a expresiones culturales singulares y propias, como igualmente prescribe los modelos sociales (o pr�ceres).

 

El proyecto de un orden pol�tico basado en la soberan�a del pueblo exig�a instruir al nuevo soberano, y �sta deb�a ser una misi�n del sistema educativo. Moreno explicaba que la pr�ctica del sistema constitucional �es absolutamente imposible en pueblos

que han nacido en la esclavitud, mientras no se les saque de la ignorancia de sus propios derechos en que han vivido�:

"Si los pueblos no se ilustran, si no se vulgarizan sus derechos, si cada hombre no conoce lo que vale, lo que puede y lo que se le debe, nuevas ilusiones suceder�n a las antiguas, y despu�s de vacilar alg�n tiempo entre la incertidumbre, ser� tal vez nuestra suerte mudar de tiranos sin destruir la tiran�a."38

 

Monteagudo, a quien podemos ver como un ep�gono de Moreno, en su oraci�n inaugural de la Sociedad Patri�tica, el 13 de enero de 1812, tras un exordio que resum�a la historia de la humanidad y de Am�rica en t�rminos rousseaunianos, proclamaba en el �art�culo primero� que �la majestad del pueblo es imprescindible, inalienable y esencial por su naturaleza� y se refer�a en el �art�culo segundo� a la necesidad de �disipar la ignorancia� sobre tales principios39 .

 

36 Archivo Artigas, tomo XX, 313 -31 4.

37 Halperin Donghi, 1 985: 115 -11 6.

38 Moreno, 1 961: 23 4 y ss.

 

San Mart�n �sin ser �rousseauniano�, ya que su formaci�n castrense lo predispon�a a concebir un ordenamiento m�s jerarquizado de la sociedad� fue en los hechos un decidido impulsor de la concientizaci�n de las capas populares y de la formaci�n ciudadana, dentro y fuera de la organizaci�n militar, coincidiendo en lo sustancial con las ideas morenistas.

 

En los fundamentos del decreto de fundaci�n de la Biblioteca Nacional de Lima, el 28 de agosto de 1821, dec�a: �Convencido sin duda el gobierno espa�ol de que la ignorancia es la columna m�s fuerte del despotismo, puso las m�s fuertes trabas a la ilustraci�n americana, manteniendo su pensamiento encadenado para impedir que adquiriese el conocimiento de su dignidad�.

 

Como Protector del Per� se preocup� por extender la educaci�n p�blica, sobre la base del respeto a las culturas aut�ctonas 40.

 

Lo mismo pensaba Belgrano, quien a lo largo de su carrera manifest� una invariable actitud a favor de los sectores m�s postergados de la sociedad y prest� especial atenci�n a la educaci�n popular, estimando que era la base indispensable de la ciudadan�a:

"�C�mo, c�mo se quiere que los hombres tengan amor al trabajo, que las costumbres sean arregladas, que haya copia de ciudadanos honrados, que las virtudes ahuyenten los vicios, y que el gobierno reciba el fruto de sus cuidados, si no hay ense�anza, y si la ignorancia va pasando de generaci�n en generaci�n con mayores y m�s grandes aumentos?".41

 

Artigas auspici� los m�s amplios derechos de los pueblos para decidir en los asuntos p�blicos, a la vez que la educaci�n popular en tales principios.

 

El proyecto de Constituci�n para la provincia oriental contemplaba como deber de la Legislatura �hacer a sus expensas los establecimientos p�blicos de escuelas para la ense�anza de los ni�os y su educaci�n, de suerte que se tendr� por ley fundamental y esencial que todos los habitantes nacidos en esta provincia, precisamente, han de saber leer y escribir�.

 

A ello se agregaba la obligaci�n de los padres de enviar sus hijos a la escuela �a fin de que logren la ense�anza de los derechos del hombre y de que se instruyan en el pacto social, por el cual todo el pueblo estipula con cada ciudadano y cada ciudadano con

todo el pueblo�.

 

Los contenidos de la instrucci�n popular deb�an contribuir a recuperar una identidad americana, y hay testimonios de que en los primeros a�os de la revoluci�n se hicieron habituales en las escuelas porte�as y del interior las evocaciones y representaciones

del pasado ind�gena.

 

En el himno del entonces joven Vicente L�pez y Planes, cuya letra traduce el esp�ritu patri�tico refiri�ndose a la lucha en toda Sudam�rica, se recordaba el ancestro incaico del continente y brillaba otra rotunda met�fora: �Ved en trono a la noble

igualdad�.

 

39 Monteagudo, 2 006: 46 y ss.

40 Ver Paz Sold�n, 1 865: cap. XVI.

41 Belgrano, en El Correo de Comercio, 17 de marzo 1 810.

 

En el �mbito de la cultura popular, los cielitos patri�ticos de Bartolom� Hidalgo 42 , soldado y colaborador de Artigas en la Banda Oriental, depuraban en aquellos d�as una tradici�n de los gauchos payadores para contribuir a la nueva conciencia revolucionaria:

"Cielito, cielo que s�,

el Rey es hombre cualquiera,

y morir para que �l viva

�la puta...! es una zoncera.

Si perdi�semos la acci�n

ya sabemos nuestra suerte,

y pues juramos ser libres,

o libertad o la muerte."

 

La organizaci�n econ�mica

 

Principio 4�: Todo proyecto nacional se financia a s� mismo.

 

El proyecto de los patriotas revolucionarios contemplaba la decidida intervenci�n del gobierno para organizar las bases de una econom�a independiente.

 

La Representaci�n de los labradores y hacendados, en cuya gesti�n y redacci�n participaron Belgrano y Moreno, fue interpretada por la historiograf�a tradicional como prueba de adhesi�n a los principios del librecambio, e incluso a los intereses del comercio ingl�s. Halperin Donghi43 sugiere que Moreno podr�a ser caracterizado como abogado de los hacendados o los �grupos de intereses� impacientes por aprovecharse de la situaci�n que creaba la ruina del sistema espa�ol.

 

Estas visiones se contradicen sin embargo con las propuestas de Moreno y Belgrano para regular las actividades econ�micas, as� como otras expresiones en las que puntualizaron sus prevenciones contra la penetraci�n brit�nica.

 

Recordemos que la Representaci�n no era s�lo de los hacendados o ganaderos, sino tambi�n de los �labradores� mencionados en primer t�rmino, o sea en general de los productores del campo, a quienes en aquella coyuntura se contrapon�an los mercaderes monopolistas. Revelando cierta inspiraci�n de las doctrinas fisiocr�ticas, varios pasajes del texto constituyen un alegato a favor de los sectores que producen los bienes contra los que especulan a trav�s del comercio: �Puesto el gobierno en la necesidad de una operaci�n que debe perjudicar a uno de estos dos gremios, �deber� aplicarse el sacrificio al miserable labrador que ha de hacer producir a la tierra nuestra sustancia, o al comerciante poderoso que el gobierno y ciudadanos miran como una sanguijuela del Estado?�44 .

 

En otro p�rrafo se censuraba el tr�fico esclavista: �gime la humanidad con la esclavitud de unos hombres que la naturaleza cre� iguales a sus propios amos, fulmina sus rayos la filosof�a contra un establecimiento que da por tierra con los derechos m�s sagrados�45 .

 

La Representaci�n apuntaba a que el virrey autorizara transitoriamente una apertura condicionada al comercio con los ingleses, y en aquel alegato por encargo, circunstancial y pol�mico, se vert�an por conveniencia argumentos insinceros: a saber, las protestas de �fidelidad� y �subordinaci�n� de los criollos a Espa�a, �una Dominaci�n que aman y veneran� (sic), o los exagerados elogios a Inglaterra, �esta naci�n generosa�, de �comerciantes tan respetables�, que �franque� a nuestra metr�poli auxilios y socorros de que en la amistad de las naciones no se encuentran ejemplos�46 .

 

42 Hidalgo, 1 967: 2 6

43 Halperin Donghi, 1 985: 117 .

44 Moreno, 1 961: 133 .

45 Moreno, 1 961: 12 8.

 

En el mismo texto se cita a Gaetano Filangieri y Jovellanos para fundamentar las ventajas de liberalizar el comercio y promover la prosperidad de las colonias, y tambi�n se invoca el principio de la econom�a pol�tica de Adam Smith de que �los gobiernos,

en las providencias dirigidas al bien general, deben limitarse a remover los obst�culos�47 .

 

Pero todo ello debe ser analizado con cautela, relacion�ndolo con otras fuentes documentales del pensamiento de los patriotas.

Belgrano, desde su cargo de secretario del Consulado y en su labor period�stica junto con Vieytes, propugn� reformas como la distribuci�n de tierras a los agricultores, la tecnificaci�n de la producci�n, el fomento de actividades mercantiles y manufactureras

−en particular curtiembres−, la ense�anza t�cnica y la organizaci�n del cr�dito p�blico.

 

En un art�culo publicado en el Correo de Comercio de Buenos Aires el 23 de junio de 1810, denunciaba �la falta de propiedades de los terrenos que ocupan los labradores; �ste es el gran mal de donde provienen todas su infelicidades y miserias� y propon�a obligar

a los due�os de grandes extensiones a cederlas a los agricultores, no en arrendamiento sino en enfiteusis, o venderles al menos una mitad de los campos que no cultivaran.

 

Belgrano conoc�a y difundi� textos de Smith, as� como tradujo a Francois Quesnay y los fisi�cratas franceses, apoy�ndose en estas ideas cuando el reclamo m�s acuciante en el Virreynato era la liberalizaci�n comercial.

 

Sin embargo, en v�speras de la revoluci�n comenz� a escribir un tratado de econom�a pol�tica y plante� medidas de tipo nacionalista y proteccionista, que se cree proven�an de sus estudios espa�oles sobre las Lecciones de Comercio de Antonio Genovesi.

 

Este autor propiciaba regular el comercio exterior, seg�n conven�a al reino de N�poles al independizarse del Imperio austr�aco, y Carlos III recomend� su obra, que se utilizaba como texto en un curso de la Universidad de Salamanca, donde estudi� Belgrano 48

 

En el Correo de Comercio del 8 de septiembre de 1810, Belgrano planteaba las ventajas de promover la industria y la consiguiente protecci�n aduanera: "El modo m�s ventajoso de exportar las producciones superfluas de la tierra es ponerlas antes en obra, es decir, manufacturarlas. La importaci�n de mercanc�as que impiden el progreso de sus manufacturas y de su cultivo, lleva tras de s� necesariamente la ruina de la naci�n. La importaci�n de mercader�as extranjeras de puro lujo en cambio de dinero (...) es una verdadera p�rdida para el Estado."

 

El Plan de Operaciones, iniciativa de Belgrano y redactado por Moreno, esboza en el art�culo 6� un programa econ�mico dirigista, que fortalezca el erario para costear �los gastos de nuestra guerra y dem�s emprendimientos, como igualmente para la creaci�n de f�bricas e ingenios, y otras cualesquiera industrias, navegaci�n, agricultura y dem�s� (Principio 4�, el proyecto se autofinancia).

 

El criterio rector era beneficiar a las mayor�as y redistribuir la riqueza: "Es m�xima aprobada y discutida por los mejores fil�sofos y grandes pol�ticos que las fortunas agigantadas en pocos individuos, a proporci�n de lo grande de un Estado, no s�lo son perniciosas sino que sirven de ruina a la sociedad civil, cuando no solamente con su poder absorben el jugo de todos los ramos de un Estado, sino cuando tambi�n en nada remedian las grandes necesidades de los infinitos miembros de la sociedad."49

 

46 Moreno, 1 961: 152 -153 , 1 64-165.

47 Moreno, 1 961: 127 .

48 Fern�ndez L�pez, 1 998.

 

Luego de controlar la regi�n del Per�, el Estado deb�a reservarse la explotaci�n de las minas de oro y plata, adquiriendo a los mineros mediante justa tasaci�n sus instrumentos y �tiles. Se trataba, dice el texto, de expropiar a 5.000 � 6.000 individuos para

lograr el beneficio p�blico y el beneficio particular de no menos de 80.000 a 100.000 habitantes.

 

En este punto podemos ver el esbozo de un proyecto de integraci�n y compensaci�n de los sectores y las regiones que tend�a a reorganizar y comunicar la geograf�a econ�mica del pa�s: "Una cantidad de doscientos o trescientos millones de pesos, puestos en el centro del Estado para la fomentaci�n de las artes, agricultura, navegaci�n, etc., producir� en pocos a�os un continente laborioso, instruido y virtuoso, sin necesidad de buscar exteriormente nada de lo que necesite para la conservaci�n de sus habitantes, no hablando de aquellas manufacturas que, siendo como un vicio corrompido, son de un lujo excesivo e in�til, que deben evitarse principalmente porque son extranjeras y se venden a m�s oro de lo que pesan."

 

A continuaci�n se recomendaban medidas para evitar que muchos europeos ricos desconformes con el sistema emigraran con sus caudales, los remitieran al exterior o los transfirieran de manera fraudulenta. Asimismo se propon�a crear una compa��a nacional de seguros para el comercio exterior, que podr�a obtener grandes ganancias, e implementar el apoyo estatal a los establecimientos productivos promovidos, vigilando el cumplimiento de las disposiciones adoptadas para que cumplieran sus fines de utilidad p�blica.

 

Cuando los dirigentes revolucionarios tuvieron poder para hacerlo, aplicaron medidas proteccionistas antag�nicas al librecambio que pretend�an los comerciantes.

 

El Reglamento aduanero que Artigas hizo promulgar en la Banda Oriental el 9 de septiembre de 1815 establec�a grav�menes proteccionistas de la producci�n local de hasta el 40 %. Asimismo, el Protectorado de San Mart�n en Per�, mediante el Reglamento

Provisional de Comercio del 29 de septiembre de 1821, duplicaba los derechos aduaneros a toda mercanc�a importada que pudiera competir con la industria local, y un decreto del 17 de octubre del mismo a�o ofrec�a la ciudadan�a y protecci�n fiscal a cualquier extranjero que introdujere al pa�s alguna industria o maquinaria.

 

49 Moreno, 1 961: 2 96.

 

El espacio sudamericano

 

Principio 2�:Todo proyecto nacional rehace o reorganiza su espacio f�sico-geogr�fico.

Principio 19�: Todo proyecto nacional determina los socios o asociados que el pa�s tendr� y los modos (aun los f�sicos) de vinculaci�n.

 

El patriotismo de los revolucionarios �es decir, su compromiso con la causa p�blica y su idea de patria, naci�n o comunidad de pertenencia� se refer�a en principio al conjunto de los pueblos de Sudam�rica.

 

Moreno, al definir en el Plan �las operaciones que han de poner a cubierto el sistema continental de nuestra gloriosa insurrecci�n�, afirmaba seguir las lecciones de �las grandes revoluciones� de la historia y se refer�a a la organizaci�n del �Estado Americano

del Sud�, esbozando la idea de la uni�n sudamericana 50.

 

No obstante, en 1810 parec�a ut�pico constituir un Estado que unificara la totalidad del inmenso continente, y ello pod�a dilatar e incluso frustrar el proyecto de legitimar el nuevo gobierno de los patriotas.

 

En su texto �Sobre la misi�n del Congreso convocado en virtud de la resoluci�n plebiscitaria del 25 de mayo�, Moreno suger�a

organizar estados dentro de los l�mites de cada virreynato, pactando una estrecha alianza de cooperaci�n y defensa mutua, y dejar para el futuro la posibilidad de una federaci�n sudamericana: "Es una quimera pretender que todas las Am�ricas espa�olas formen un solo Estado (...) Este sistema (federativo) es el mejor, quiz�, que se ha discurrido entre los hombres, pero dif�cilmente podr� aplicarse a toda la Am�rica. �D�nde se formar� esa gran dieta ni c�mo se recibir�n instrucciones de pueblos tan distantes para las urgencias imprevistas del Estado? Yo deseara que las provincias, reduci�ndose a los l�mites que hasta ahora han tenido, formasen separadamente la constituci�n conveniente a la felicidad de cada una; que llevasen siempre presente la justa m�xima de auxiliarse y socorrerse mutuamente; y que reservando para otro tiempo todo sistema federativo, que en las presentes circunstancias es inverificable, y podr�a ser perjudicial, tratasen solamente de una alianza estrecha, que sostuviese la fraternidad que debe reinar siempre."51

 

El Congreso de Tucum�n proclam� en 1816 la independencia de �las Provincias Unidas de Sud Am�rica�, y esta denominaci�n prevaleci� durante toda la d�cada revolucionaria.

 

La monarqu�a inc�sica que Belgrano propuso al mismo Congreso deb�a establecer el �trono de la Am�rica del Sud�, con capital en el Cuzco, pensando en unir a la mayor parte de los pa�ses del continente.

 

Las propuestas confederales de Artigas tend�an a reunir a las provincias del antiguo Virreynato del Plata, incluyendo las Misiones orientales y occidentales, y nunca consinti� la separaci�n de la Banda Oriental ni del Paraguay.

 

 

50 Moreno, 1 961: 2 65 y ss.

51 Moreno, 1 961: 2 61-264.

 

Cuando San Mart�n ejerc�a el Protectorado en Lima, en junio de 1822, su ministro Monteagudo concert� el tratado de Uni�n, Liga y Confederaci�n entre Colombia y Per�, �desde ahora y para siempre en paz y guerra�, comprometi�ndose las partes a gestionar la incorporaci�n al pacto de los dem�s estados de la Am�rica antes espa�ola.

 

En su memoria sobre su actuaci�n en el Per�, fechada en Quito el 17 de marzo de 1823, Monteagudo escrib�a: �Yo no renuncio a la esperanza de servir a mi pa�s, que es toda la extensi�n de Am�rica�52 .

 

Mitre interpret� que San Mart�n, a diferencia de Bol�var, era partidario de constituir monarqu�as independientes en Sudam�rica, un mapa pol�tico con fronteras �definidas por la tradici�n hist�rica�, que ser�an las que finalmente se trazaron.

 

Es cierto que San Mart�n se mostraba esc�ptico frente al Congreso Anficti�nico de Panam� convocado en 1826 por Bol�var: �sin que sea hacer agravio a los que lo componen, es mi pobre opini�n (cuidado que yo no digo que se acabar� a capazos) que

terminar� por consunci�n�, pues �yo me atengo a que m�s sabe el loco en su casa que el cuerdo en la ajena�53 .

 

No obstante, otras piezas de la correspondencia de San Mart�n son elocuentes acerca de su percepci�n sobre la unidad de hecho y de destino de los pa�ses sudamericanos.

 

Ante la amenaza de que las potencias de la Santa Alianza ayudaran a Espa�a a recuperar las colonias, San Mart�n le escrib�a a O�Higgins desde Par�s el 1� de marzo de 1831: �Yo no temo de todo el poder de ese continente siempre que estemos unidos; de lo

contrario, nuestra cara patria sufrir� males incalculables�54 .

 

Aunque estaba en Europa, dec�a �ese continente�, y se refer�a a la patria com�n con su camarada chileno.

 

En otro momento conflictivo, cuando las escuadras de Inglaterra y Francia intervinieron en el R�o de la Plata, le expresaba a Guido, el 20 de octubre de 1845: �Usted sabe que yo no pertenezco a ning�n partido: me equivoco, yo soy del Partido Americano; as� es que no puedo mirar sin el mayor sentimiento los insultos que se hacen a la Am�rica�55 .

 

Podemos deducir que San Mart�n, en una apreciaci�n realista de las disensiones que pudo observar y sufrir en carne propia en el curso de la campa�a sudamericana, no obstante sus convicciones sobre la necesidad de la integraci�n, se resign� a admitir la

constituci�n de estados separados en funci�n de evitar mayores conflictos intestinos.

 

Pese a los esfuerzos de los revolucionarios, la separaci�n de las rep�blicas fue un desenlace inexorable, a ra�z de las tendencias centr�fugas prevalecientes apenas concluida la guerra independentista, que condujeron a otras violentas rivalidades y favorecieron adem�s la dependencia de los nuevos estados respecto a los intereses de las potencias industriales.

 

52 Echag�e, 1 950: 2 06.

53 Carta a Guido, en Pasquali, 2 000: 22 0.

54 MHN, 1 910: 21 .

55 Pasquali, 2 000: 327 .

 

La resignificaci�n del pasado

 

Principio 14�:Todo proyecto nacional resignifica el pasado; por ello cambia o rehace la historia.

 

Los patriotas revolucionarios rescataban la historia de Am�rica invirtiendo los t�rminos de la visi�n colonial.

 

Podemos considerar que eran �americanistas� en un doble sentido: por su conciencia de la unidad y solidaridad esencial de los pueblos de Sudam�rica, y por su apelaci�n a una identidad fundada en los comunes or�genes indoamericanos.

 

La movilizaci�n para la guerra y la construcci�n de la nueva patria requer�a reivindicar una identidad hist�rica, una nacionalidad de los �hijos del pa�s�, que se tradujo desde el principio en la apelaci�n simb�lica a los mitos incaicos y la evocaci�n de la resistencia de los pueblos abor�genes contra la conquista espa�ola.

 

Si bien su prop�sito era refutar tales ideas, Mitre explica cu�nto hab�an inspirado a los revolucionarios:

"En sus proclamas, en sus bandos, en sus manifiestos, en los art�culos de su prensa peri�dica, en sus c�nticos guerreros, los patriotas de aquella �poca invocaban con entusiasmo las manes de Manco Capac, de Moctezuma, de Guatimozin, de Atahualpa, de Siripo, de Lautaro, Caupolic�n y Rengo, como a los padres y protectores de la raza americana. Los incas, especialmente, constitu�an entonces la mitolog�a de la revoluci�n: su Olimpo hab�a reemplazado al de la antigua Grecia."56

 

Mitre se�ala tambi�n la influencia de dos enciclopedistas franceses, los jesuitas Jean Francois Marmontel y G. Thomas Raynal. Del ensayo literario del primero, Los incas o la destrucci�n del Imperio del Per�, que describ�a el Incario como la civilizaci�n ideal y a los conquistadores como b�rbaros que la hab�an ahogado en sangre, expresa que �era el libro del vulgo de los lectores�. En cuanto a la Historia filos�fica y pol�tica del establecimiento y del comercio de los europeos en las dos Indias, de Raynal, que deduc�a de la cultura y el sistema pol�tico incaicos las reglas fundamentales para el gobierno universal, Mitre menciona que �era el libro de los sabios de la �poca�.

 

Acotemos que San Mart�n cita al autor en una carta a Guido de 182957 . No era pues extra�o, concluye Mitre, �que Belgrano participara de las ideas y de los sentimientos convencionales de sus contempor�neos�.

 

Otro texto, no mencionado por Mitre, pero que tuvo gran trascendencia en Europa y Am�rica, fue Comentarios reales de los Incas, del mestizo cuzque�o Garcilaso de Vega, hijo de un conquistador y una palla inca, en el que rescata las tradiciones de la civilizaci�n andina. Esta obra se tradujo a todas las lenguas europeas, nutriendo el pensamiento de los utopistas y luego tambi�n, citado por Voltaire, el de la Ilustraci�n.

 

San Mart�n ten�a un especial aprecio por este libro, y persuadi� a un grupo de notables de C�rdoba para reimprimirlo, pues los realistas lo hab�an prohibido despu�s de la insurrecci�n de T�pac Amaru.

 

56 Mitre, 1 887: tomo 2 , 419-420.

57 Pasquali, 2 000: 2 44.

 

Para ello se abri� una suscripci�n y se lanz� un prospecto refrendado por Jos� Antonio Cabrera, el presb�tero Miguel del Corro, el doctor Bernardo Bustamante, Jos� de Isaza, Jos� Mar�a Paz, Mariano Fragueiro, Faustino de Allende, Mariano Usandivaras y otros, donde se exaltaba el legado de los incas: �un c�digo compuesto de justas y sabias leyes que nada tienen que envidiar al de las naciones europeas. Ning�n tiempo como el presente para la lectura de esta importante obra. Salgamos de esa ignorancia vergonzosa en que hemos vivido�58 .

 

Recordemos el acto de Castelli en Tiahuanaco el 25 de mayo de 1811, al que convoc� a los naturales para �estrecharnos en uni�n fraternal�, rindiendo homenaje a la memoria de los incas e incitando a �vengar sus cenizas�.

 

San Mart�n rindi� homenaje a la resistencia ind�gena contra la conquista espa�ola bautizando con el nombre de sus jefes los instrumentos de su campa�a libertadora:

 

Lautaro se llamaron las logias, y tambi�n la fragata principal de la expedici�n al Per�; otras naves se denominaron Moctezuma, Galvarino, Araucano.

 

Cuando ide� la bandera peruana le coloc� el sol incaico en el centro, y estableci� la �Orden del Sol�

para distinguir los m�ritos revolucionarios.

 

El himno de L�pez y Planes, aprobado en los d�as de la Asamblea del A�o XIII, expresaba en una de sus estrofas la idea de la continuidad del Incario con la revolucion independentista:

Se conmueven del Inca las tumbas

y en sus huesos revive el ardor

lo que ve renovando a sus hijos

de la patria el antiguo esplendor.

 

La propuesta de restaurar la monarqu�a inca, �atemperada� por un sistema representativo constitucional, que Belgrano plante� a los congresales de Tucum�n, hab�a sido expuesta ya en 1790 por el precursor venezolano Francisco de Miranda en un memorial

al ministro ingl�s Pitt59 .

 

La soberan�a de un descendiente de los incas, si bien ser�a m�s simb�lica que efectiva dentro de un r�gimen parlamentario, ejerc�a gran atracci�n en las provincias altoperuanas y del noroeste. Belgrano aleg� la importancia de ganar a las masas ind�genas para la causa independentista, y la idea de establecer la capital en Cuzco apuntaba a inducir el levantamiento de los indios del Per�60.

 

Los diputados de la mayor�a de las provincias que asistieron a Tucum�n �faltaban las del litoral, coaligadas con Artigas� se expresaron de acuerdo. Belgrano expidi� una proclama a las tropas el 27 de julio, celebrando el juramento de la independencia

y a�adiendo que el Congreso �ha discutido acerca de la forma de gobierno con que se ha de regir la naci�n, y he o�do discurrir sabiamente a favor de la monarqu�a constitucional, reconociendo la legitimidad de la representaci�n soberana de la Casa de los Incas, y situando el asiento del trono en el Cuzco, tanto que me parece se realizar� este pensamiento tan racional, tan noble y tan justo�.

 

El caudillo y gobernador salte�o Mart�n G�emes salud� la declaraci�n de la independencia, expresando la decisi�n de los pueblos de sostenerla, con mayor raz�n �cuando, restablecida muy en breve la dinast�a de los incas, veamos sentado en el trono y antigua corte del Cuzco al leg�timo sucesor�61 .

 

58 Grenon, 1 950: 41-48.

59 Ver Boh�rquez, 2 002: 2 93 y ss.

60 Astesano, 1 979: cap. IV.

 

La perspectiva era, en palabras de Mitre, �fundar un vasto imperio sud-americano que englobase casi la totalidad de la Am�rica espa�ola al sur del Ecuador�62 , aunque seg�n un periodista cr�tico del proyecto, abarcaba el continente entero: �el reino ha de

comprender a Buenos Aires, a Chile, Lima y Santa F�, Caracas y Cartagena de Indias�63 .

 

Belgrano defendi� su idea en un art�culo firmado con las iniciales �J. G.�que public� un peri�dico porte�o. Explicando su convencimiento de que �s�lo la monarqu�a constitucional es la que conviene a la Am�rica del Sud�, afirmaba que, a la vuelta

de los siglos...

"...los Incas vuelven a recuperar sus derechos leg�timos al trono de la Am�rica del Sud; he dicho leg�timos, porque los deben a la voluntad general de los pueblos. Sabido es que Manco Capac, fundador del gran imperio, no vino con armas a obligar a

los naturales a que se sujetasen, y que �stos le rindieron obediencia por la persuasi�n y el convencimiento, y lo reconocieron por su emperador. Nosotros, ahora, a la verdad, podr�amos elegir otra cosa �pero ser�a justicia privar a la que s�lo hizo bienes?

�a la que a�n los naturales que somos oriundos de espa�oles, hemos llorado luego que hemos le�do la historia? �a la que se le quit� el cetro por nuestros antecesores con toda violencia, derramando la sangre de sus imperiales posesores? �Cometeremos

nosotros los naturales secundarios las mismas injusticias que hicieron nuestros padres? �las cometer�n los naturales primitivos, afianzando en el trono a un Fernando, o eligiendo a otro? No es posible creerlo"64 .

 

San Mart�n adhiri� calurosamente a esta iniciativa que aunaba la forma mon�rquica, preferida por �l, con la reivindicaci�n de la civilizaci�n andina y la institucionalizaci�n del v�nculo entre los pa�ses hermanos.

 

Uno de los candidatos m�s calificados para ocupar el trono era Juan Bautista T�pac Amaru, un hombre ilustrado, hermano del jefe de la rebeli�n de 1780, que estuvo cuarenta a�os cautivo de los espa�oles � en ese momento se hallaba confinado en Ceuta � y escribi� m�s tarde sus memorias en Buenos Aires.

 

Una Oraci�n f�nebre de T�pac Amaru, publicada en octubre de 1816 en Buenos Aires y dedicada sugestivamente a San Mart�n, apuntaba seg�n Mitre a propiciar aquella candidatura 65 .

 

Pero los opositores al plan lograron posponer el debate, y el tema se diluy� cuando el Congreso se traslad� a Buenos Aires. Entre los representantes porte�os, el abogado Tom�s de Anchorena �que tuvo negocios con el Alto Per� y hab�a colaborado en la administraci�n del ej�rcito de Belgrano� admit�a en su correspondencia las ventajas del proyecto66 ; aunque en una carta muy posterior a Rosas refiri� haberse opuesto a entronizar a un �despreciable� rey indio, e incluso hab�rselo reprochado en privado a Belgrano 67 .

 

61 Proclama del 31 de julio 1 816.

62 Mitre, 1 887: tomo 2 , 421 -422 .

63 La Cr�nica Argentina, 17 de octubre de 1 816.

64 El Censor, 1 9 de septiembre 1 816/

65 Mitre, 1 887: tomo 2 , 423 .

66 Astesano, 1 979: 12 8-131 .

67 Carta del 4 de diciembre de 1 846, en Irazusta, 1 962: 23 y ss.

 

La oposici�n al proyecto

 

Principio 12�: Todo proyecto nacional genera dentro de s� al oficialismo y a la oposici�n.

 

En la etapa hist�rica que consideramos, se diferencian y se oponen al proyecto revolucionario algunos sectores que resisten los cambios m�s dr�sticos en la nueva situaci�n y vacilan o cuestionan la extensi�n de las operaciones de la guerra en el continente.

No pueden ser considerados contrarrevolucionarios, como eran los realistas, pues compart�an las ideas independentistas y liberales en la medida en que eran aceptables para las clases altas.

 

Por un lado encontramos a los patriotas �moderados� o tradicionalistas, como Cornelio Saavedra, Gervasio Antonio de Posadas y Juan Mart�n de Pueyrred�n, que encontraron un ide�logo afin en el de�n Gregorio Funes, y que incidieron especialmente

en el seno de la Junta Grande y en las pol�ticas del Directorio.

 

Otra vertiente, que puede llamarse �reformista�, es la que personifican Manuel de Sarratea y Bernardino Rivadavia, ambos provenientes de los c�rculos mercantiles porte�os, relacionados con los comerciantes ingleses e interesados en impulsar ciertas reformas liberales en el orden econ�mico y cultural, aunque no aceptaban las demandas democr�ticas igualitarias ni las propuestas de descentralizaci�n del poder y, lejos del discurso indigenista o americanista, se caracterizaron por su inclinaci�n europe�sta.

 

Esta orientaci�n pol�tica prefigura indudablemente la del posterior partido unitario.

 

Los adversarios del programa revolucionario act�an a lo largo de estos a�os, no siempre de acuerdo. Saavedra y el de�n Funes logran desplazar a Moreno y los morenistas del gobierno.

 

Sarratea y Rivadavia dirigen el Primer Triunvirato en una l�nea pol�tica claudicante ante los poderes europeos. Luego, los vaivenes del Directorio terminan acentuando la orientaci�n centralista y aristocratizante, mientras el creciente enfrentamiento con el movimiento federal del interior anuncia el conflicto constitucional que marcar� el per�odo hist�rico subsiguiente.

 

Negociar la independencia

 

Desplazados del poder los jacobinos, cuando la Junta Grande deja paso al Primer Triunvirato, vemos actuar coincidentemente a Sarratea como titular y a Rivadavia como secretario, triunviro suplente y factotum del ejecutivo.

 

Frente a las amenazas externas, estos hombres se inclinan a refrenar el avance de la revoluci�n y a negociar un arreglo con las potencias europeas.

 

Sarratea actu� en la Banda Oriental, chocando violentamente con la intransigencia revolucionaria de Artigas, en tanto Rivadavia hostilizaba tanto a los morenistas como a los lautarinos.

 

Despu�s de una sucesi�n de conflictos institucionales, aquel Triunvirato, que se hab�a erigido en poder supremo, acusado en la �Representaci�n del pueblo� que redact� Monteagudo de �aspirar directamente a la tiran�a� y oponerse a �los hombres capaces de sostener la independencia de la patria�, fue depuesto por el alzamiento que dirigieron San Mart�n y Alvear el 8 de octubre de 1812.

Rivadavia fue enviado en 1814 en misi�n diplom�tica a Europa, que �l prolong� por su propia cuenta hasta el fin de la d�cada, dedic�ndose a conocer las capitales del viejo mundo y a establecer contactos pol�ticos, intelectuales y comerciales que influyeron

en su actuaci�n posterior.

 

As� como es improbable encontrar en sus manifestaciones cualquier alusi�n a la consigna de igualdad, durante aquella misi�n es

posible advertir sus prevenciones contra la incorporaci�n de las masas ind�genas a la revoluci�n, en una entrevista que mantuvo en Londres en septiembre de 1915 con el agente espa�ol Gandasegui:

"Rivadavia estaba alarmado con la participaci�n que los indios tomaban en el movimiento insurreccional, destac�ndose la personalidad del cacique C�rdenas. A las manifestaciones de Gandasegui sobre las perspectivas de que los indios se levantaren, Rivadavia convino en la necesidad de prevenir tama�a amenaza y, con tal fin, la de iniciar la negociaci�n en Madrid."68

 

Desde Inglaterra, Sarratea fue el promotor de la aparici�n en Buenos Aires del peri�dico La Cr�nica Argentina, en septiembre de 1816, redactado por un altoperuano de origen aimara, Vicente Pazos Kanki.

 

Desde el primer n�mero, sus columnas se dedicaron a mostrar las ventajas de la civilizaci�n europea, comentando los eventos sociales de la colectividad comercial inglesa en Buenos Aires, y puso especial empe�o en atacar el proyecto de monarqu�a incaica.

 

Pazos Kanki devel� que Belgrano era el autor del art�culo firmado �J. G.� que defend�a la idea en El Censor, y le replic� argumentando: "�Pensamos enga�ar a los indios para que nos sirvan en asegurar nuestra libertad, y no tememos que nos suplanten en esta obra? �ser� prudencia excitar la ambici�n de esta clase, oprimida por tanto tiempo, a la que la pol�tica apenas puede conceder una igualdad met�dica en sus derechos? �No vemos los riesgos de una liberalidad indiscreta, cual sublev� a los negros de Santo Domingo contra sus mismos libertadores?"69

 

Rivadavia, despu�s de recibir la noticia del proyecto por una carta de Belgrano, le escrib�a al director Pueyrred�n desde Par�s, el 27 de febrero de 1817, manifestando su contrariedad ante la �desventurada idea�:

"Me dice el Sr. Belgrano que muy en breve declarar� el Congreso que nuestro gobierno es mon�rquico moderado o constitucional, que �sta parece la opini�n general, y no menos de que la representaci�n soberana cree justo se d� a la dinast�a de los Incas. Lo primero lo considero bajo todos los aspectos, lo juzgo m�s acertado y necesario al mejor �xito de la gran causa de este pa�s. Mas lo segundo, lo confieso ingenuamente, que cuanto m�s medito sobre ello menos lo comprendo. Este es un punto demasiado grave, y lo considero demasiado avanzado para prometerme (por lo mucho y muy obvio que pueda aducirse contra la desventurada idea) que ello tenga un efecto �til; por el contrario, puede ser que no le hiciera sino da�o."70

 

68 Informe al ministro de Indias, citado por Mario Belgrano, 1 945: 21 -22 .

69 La Cr�nica Argentina, 22 de septiembre 1 816.

70 Carta citada por Astesano, 1 979: 15 4..

 

Aunque una persistente l�nea historiogr�fica ha identificado la tendencia iluminista de Rivadavia con la de Moreno, sus inclinaciones ideol�gicas opuestas resultan evidentes. Diferencias de car�cter y de intereses los hab�an llevado ya a un estridente enfrentamiento en el foro porte�o antes de la Revoluci�n, y en sus ideas y sus actos pol�ticos posteriores observamos sensibles divergencias. Moreno difund�a con El Contrato Social las propuestas democr�ticas radicales de Rousseau, mientras que Rivadavia trataba de traducir los textos utilitaristas de Jeremy Bentham.

 

Moreno abog� por la igualdad de las castas, y Rivadavia propugnar�a la suspensi�n de los derechos pol�ticos de las clases subalternas. Moreno conceb�a extender la revoluci�n por todo el continente americano, mientras que Rivadavia se preocupaba por la hegemon�a de Buenos Aires sobre su hinterland. Moreno advert�a contra los consejos interesados de los negociantes extranjeros y plane� una organizaci�n econ�mica dirigida por el Estado, mientras que Rivadavia propiciaba garantizar la libre empresa

a los comerciantes e inversores europeos. Uno se distingu�a por su severidad frente a la elite tradicional y el otro por sus afinidades con ella.

 

Sarratea se desempe�� como ministro del gobierno directorial, aunque lo acusaron de conspirar contra Pueyrred�n y fue desplazado.

 

En 1820 lleg� a ser fugazmente gobernador bonaerense y jug� un papel importante en las intrigas de aquella coyuntura hist�rica, cuando los caudillos federales del litoral Estanislao L�pez y Francisco Ram�rez disolvieron el Directorio, a la vez que desacataban y expulsaban al exilio a Artigas. No obstante las diferencias que hab�a tenido y seguir�a teniendo con Rivadavia, Sarratea coincidi� nuevamente con �l en los a�os siguientes y cumpli� funciones diplom�ticas durante su presidencia.

 

Los directoriales: todo sin el pueblo

 

En el per�odo que consideramos juega un papel significativo como ide�logo el de�n Gregorio Funes, adherente al proyecto independentista, aunque no a su �mpetu revolucionario ni a las propuestas democratistas.

 

Su hermano Ambrosio, en C�rdoba, era representante de la casa de comercio de Sarratea. Junto con Saavedra, Funes fue uno de los actores del vuelco que desplaz� a Moreno y luego a sus seguidores del gobierno de la Junta.

 

Aunque se desempe�aba como representante de la provincia de C�rdoba, acord� sin embargo con las posiciones centralistas del Primer Triunvirato y los gobiernos directoriales, y lleg� a presidir la asamblea que dict� la Constituci�n unitaria de 1819.

 

En esos a�os escribi� en el periodismo oficial y redact� una historia de la colonia y de la revoluci�n de la independencia hasta 1816, cuyas p�ginas referentes a esta �ltima dejan traslucir su oposici�n a las medidas radicales de los morenistas y su aversi�n a los desbordes de las movilizaciones populares 71 .

 

En este per�odo llega a ocupar fugazmente el cargo de Director Carlos de Alvear, dif�cil de ubicar en una tendencia coherente: revolucionario por momentos, elitista en otros, intenta un gobierno centralista, se al�a con los caudillos federales, y su

af�n de poder lo lleva a jugar posiciones contradictorias, incluso antit�ticas.

 

71 Funes, 1 961.

 

Pueyrred�n, revolucionario contra los invasores ingleses y en los proleg�menos de mayo de 1810, miembro tard�o del Primer Triunvirato y luego Director Supremo, fue siempre sospechoso de �afrancesado�; de ideas mon�rquicas, era favorable en principio al plan de la restauraci�n incaica, pero m�s adelante se inclin� a la �soluci�n� con un pr�ncipe europeo; apoy� la estrategia militar de San Mart�n y busc� eliminar� a toda costa a Artigas.

 

Era un hombre de la clase �respetable�, tironeado por las tendencias en pugna, que termin� rodeado por el �partido del orden� y arrastrado por el desprestigio del Directorio.

 

La Gaceta de Buenos Aires reflej� la l�nea centralista y aristocratizante del Directorio, oponi�ndose a los reclamos federalistas y democr�ticos. Un art�culo publicado en 1819 comparaba sugestivamente las demandas de los federales artiguistas con las posiciones jacobinas: "Los federalistas quieren no s�lo que Buenos Aires no sea la capital, sino que, como perteneciente a todos los pueblos, divida con ellos el armamento, los derechos de aduana y dem�s rentas generales: en una palabra, que se establezca una igualdad f�sica entre Buenos Aires y las dem�s provincias, corrigiendo los consejos de la naturaleza

que nos ha dado un puerto y unos campos, un clima y otras circunstancias que le ha hecho f�sicamente superior a otros pueblos, y a la que por las leyes inmutables del orden del Universo est� afectada cierta importancia moral de un cierto rango. Los federalistas quieren, en grande, lo que los dem�cratas jacobinos en peque�o. El perezoso quiere tener iguales riquezas que el hombre industrioso; el que no sabe leer, optar a los mismos empleos que los que se han formado estudiando; el vicioso,

disfrutar el mismo aprecio que los hombres honrados."72

 

La constituci�n de 1819 tradujo las ideas de los �partidarios del orden� tendientes a restringir la participaci�n popular en la vida pol�tica. El Manifiesto del Congreso Constituyente 73 , suscripto por el de�n Funes como presidente, explicaba:

"No menos en centinela para que el abuso de la autoridad no pasase a tiran�a, lo estuvimos tambi�n para que la libertad del pueblo no degenerase en licencia. Huyendo de esas juntas tumultuarias para las elecciones de jefes de los pueblos, reformamos

las formas recibidas, y no dimos lugar a esos principios subversivos de todo el orden social. Tuvimos muy presente aquella sabia m�xima: que es necesario trabajar todo para el pueblo y nada por el pueblo; por lo mismo limitamos el c�rculo de su acci�n a la propuesta de elegibles."

 

Hacia el final del documento, donde se invocan �las luces de los siglos� que han inspirado aquella Constituci�n, se puede leer c�mo los principios racionales universalistas sustituyen la consideraci�n de la realidad social de los pueblos del interior, y c�mo la palabra orden se antepone a la libertad y la justicia, en lugar de la omitida igualdad: "No ha cuidado tanto el Congreso Constituyente en acomodarla (la Constituci�n) al clima, a la �ndole y a las costumbres de los pueblos, en un estado donde siendo tan diversos estos elementos, era imposible encontrar el punto de su conformidad; pero s� a los principios generales de orden, de libertad y de justicia: que siendo de todos los lugares, de todos los tiempos, y no estando a merced de los acasos, deb�an hacerla firme e invariable."

 

72 La Gaceta, 15 de diciembre 1 819.

73 Ver Sampay, 1 975 .

 

Conclusiones sobre la etapa

1806 -1810

 

Principio 16�: Para que haya un proyecto nacional se requieren tres componentes: a. el argumento o proyecto estrictamente tal;

b. una infraestructura econ�mica que pague el proyecto; c. una asumida voluntad de realizarlo, sea por un grupo, un l�der o todo un pueblo.

 

En esta etapa definen el proyecto independentista los hombres de una generaci�n de liberales revolucionarios, entre los cuales distinguimos los n�cleos jacobino, federal y lautarino, que lideraron Castelli, Artigas, Belgrano, Moreno y San Mart�n. Adem�s

de recibir m�s o menos directamente la influencia iluminista, hab�an vivido el eco de los grandes acontecimientos que conmovieron a Europa y Am�rica: las revoluciones francesa y norteamericana y la insurrecci�n de T�pac Amaru.

 

Las ideas liberales, el contractualismo y el constitucionalismo fueron fuentes que animaron la lucha contra la opresi�n colonial, a trav�s de la cual los criollos entend�an rescatar sus derechos de hombres libres.

 

El proyecto revolucionario se caracteriza por su concepci�n de la emancipaci�n, no s�lo como objetivo pol�tico sino tambi�n como un cambio social que postula la igualdad de derechos ciudadanos, y por su patriotismo americano, de alcance continental, que se inspira en la reivindicaci�n de los pueblos originarios.

 

Postulan organizar la econom�a y la integraci�n de las regiones del pa�s a trav�s de una fuerte regulaci�n gubernamental. Respecto a la forma de gobierno y el federalismo, hay opiniones encontradas.

 

A la corriente revolucionaria se oponen, desde posiciones tradicionalistas o reformistas �en el fondo, elitistas � algunos de los primeros triunviros y los directoriales, que coinciden en sostener el centralismo porte�o.

 

Esta tendencia se apoya en los sectores de mayor capacidad econ�mica, lo cual crea una tensi�n de dif�cil resoluci�n: unos encarnan el argumento del proyecto y la voluntad de realizarlo, los otros tienen el control de la infraestructura econ�mica que debe costearlo.

 

El debate sobre la monarqu�a incaica permite advertir la contradicci�n que se plantea entre la actitud de los patriotas �revolucionarios, de solidaridad con los pueblos aut�ctonos, tendiente a integrarlos como iguales, y los que desde una posici�n

�clasista� temen la insubordinaci�n de los indios y se muestran renuentes a concederles la prometida igualdad.

 

En realidad, iban a pretender negar los derechos pol�ticos al conjunto de las capas populares, seg�n lo patentizan los documentos de la repudiada Constituci�n de 1919.

 

En Vicente F. L�pez encontramos una elocuente definici�n de la correspondencia social de las posiciones de Rivadavia, que en t�rminos generales podr�a extenderse a los sectores no revolucionarios:

"La defensa de la burgues�a y las clases acomodadas de la capital, casi podr�amos decir de los intereses de clase, es decir de esos intereses econ�micos y pol�ticos que caracterizan lo que entre nosotros se ha llamado siempre el vecindario, la gente decente: el conjunto de la opini�n p�blica que opina juiciosamente (...) los hombres de peso y de pesos, los patricios o padres conscriptos del municipio." 74

 

En cuanto a los revolucionarios, sus ideas interpretan los intereses del conjunto de las capas populares de la sociedad, aunque de manera no necesariamente antag�nica con las de la clase alta.

 

Sus principales dirigentes provienen en parte de la �gente decente�, pero por lo general no de las familias m�s encumbradas, lo cual los inclina a sobreponerse a la mentalidad conservadora de la elite y comprender las necesidades del �bajo pueblo� y las castas, en funci�n de un proyecto integrador de la naci�n.

 

Es notable que entre los miembros de la Primera Junta de 1810, s�lo Saavedra era descendiente por el lado paterno de una antigua familia hispano-criolla de encomenderos, caracterizado por un testigo de la �poca como �originario de una familia no com�n�, que �hab�a disfrutado entre los espa�oles de una consideraci�n que rara vez alcanzaban los naturales del pa�s�75 .

 

Los dem�s integrantes de aquella Junta reflejan el fen�meno que observa Binay�n Carmona76 de �reemplazo de las elites�, en el que se destacan apellidos no tradicionales y comerciantes de ascendencia catalana o de las rep�blicas italianas, si bien unidos por matrimonio con linajes antiguos de la colonia.

 

Examinando la condici�n social de los l�deres revolucionarios, advertimos que

 

Belgrano era hijo de un comerciante de origen genov�s que hab�a perdido su fortuna al ser procesado por un caso de corrupci�n en la Aduana 77 ;

 

Artigas era un jefe de gauchos que hab�a roto lazos con la ciudad, ex contrabandista indultado para ser capit�n de Blandengues 78�

 

Moreno proven�a del hogar de un funcionario de hacienda, medianamente ilustrado pero pobre de recursos;

 

San Mart�n era pr�cticamente un descastado, de origen mestizo seg�n testimonios de la tradici�n oral, y

 

Monteagudo era otro mestizo de cuna humilde que hab�a padecido impugnaciones por la condici�n de casta de su madre 79 ;

 

Dorrego proven�a de una familia portuguesa, por ende sospechosos de ser jud�os conversos;

 

O�Higgins era hijo natural de un ex virrey y una campesina criolla, que por ello no hab�a podido ingresar al ej�rcito en Espa�a.

 

Por un motivo u otro, ninguno de ellos entraba en el canon de posesi�n de fortuna y �pureza de sangre� que constitu�an los t�tulos de pertenencia a la aristocracia colonial y a los c�rculos de sus pretendidos sucesores.

 

74 V. F. L�pez: 1 913 .

75 N��ez, 1 952 : tomo II, 11 .

76 Binay�n Carmona 1999: 90-92.

77 Bravo Ted�n, 2 003.

78 Chumbita, 2 000.

79 Chumbita, 2 005: 1 09-112 .

 

El desplazamiento del poder de los principales dirigentes de la corriente revolucionaria, que por causas diversas pero coincidentes desaparecen de la escena al cabo del per�odo que consideramos, marca un debilitamiento del proyecto nacional y, al concluir la guerra por la independencia pol�tica, la eclosi�n de las contradicciones internas.

 

La continuidad del proyecto liberador presentar� nuevas caracter�sticas, en tanto la lucha de intereses y de partido y el surgimiento de otra generaci�n pol�tica le imprime sus rasgos, seg�n veremos en la segunda parte de este trabajo.

 

HCH/

 

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2. La Argentina hispana o colonial (1536-1800), que aborda Mario Casalla.

3. Las Misiones Jesu�ticas (1605-1768), a cargo de Catalina Pantuso.

4. Independentista (1800-1850), investigaci�n a cargo de Hugo Chumbita.

5. El Proyecto del 80 (1850-1976), a cargo de Jorge Bol�var.

6. El Proyecto de la Justicia Social (1945-1976), por Oscar Castellucci

7. El Proyecto de la sumisi�n incondicionada al Norte imperial y globalizador (1976 - �) por Armando Poratti.

 

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UN DOCUMENTO

NAC&POP

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Argentina 14 siglos de historia 7 Proyectos de Pa�s �Vamos por el 8�! (El Umbral )

-Los revolucionarios de todo el mundo somos hermanos (Jose de San Martin).

La inseguridad se encuentra asociada a la desigualdad social

Las tarifas telefonicas deben reducirse en un 50% porque usan plataforma de Internet

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En Argentina se est� gestando una Revoluci�n conceptual (Pancho Pestanha)

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2009 A�o de Homenaje a Raul Scalabrini Ortiz

Entre a la pagina web de Telesur www.telesurtv.net/ (la CNN de los buenos)

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En la NAC&POP se discuten ideas, visiones, filosof�a, experiencias, practicas e informaci�n sobre los diversos temas relacionados con la Cultura y la Comunicaci�n; la Pol�tica y el Desarrollo Social, Econ�mico e Institucional de la Argentina como parte indivisible de la gran familia de la Patria Grande de Iberoam�rica en lucha por su destino y en unidad con todos los pueblos del mundo, con el genero humano, como hermanos.

La NAC & POP est� impulsada por La Mesa de los Sue�os de los Compa�eros de Utop�as de la Agrupaci�n Oesterheld en su permanente homenaje a los grandes patriotas y como un humilde aporte de amor activo al Pueblo criollo, de pie, en la conformaci�n y consolidaci�n del Movimiento Nacional y Popular que lo lleve a la victoria.

Las corporaciones aplastan el derecho a la informaci�n y la libre circulaci�n de las ideas poniendose por encima de las leyes del Congreso y los legisladores nombrados por el pueblo que no coincidan con sus intereses. -Esto es lo que se llama aqu� -libertad de prensa-. Libertad de los intereses antinacionales y antipopulares, para impedir que tenga medios de expresi�n. lo nacional y popular. (Arturo Jauretche)

LEY 26.032 Mensaje enviado bajo la protecci�n de la LEY 26.032 que establece que la b�squeda, recepci�n y difusi�n de informaci�n e ideas por medio del servicio de Internet se considera comprendida dentro de la garant�a constitucional que ampara la libertad de expresi�n.

Sancionada en Mayo 18 de 2005 y promulgada de hecho, el  16 de Junio de 2005 de esta manera: -El Senado y C�mara de Diputados de la Naci�n Argentina reunidos en Congreso, etc. Sancionan con fuerza de Ley: ARTICULO 1� : La b�squeda, recepci�n y difusi�n de informaci�n e ideas de toda �ndole, a trav�s del servicio de Internet, se considera comprendido dentro de la garant�a constitucional que ampara la libertad de expresi�n. ARTICULO 2�: La presente ley comenzar� a regir a partir del d�a siguiente al de su publicaci�n en el Bolet�n Oficial. ARTICULO 3�: Comun�quese al Poder Ejecutivo. Registrada bajo el N� 26.032.  Dada en la sala de sesiones del Congreso argentino, en Buenos Aires, a los dieciocho dias del mes de mayo del a�o dos mil cinco. Eduardo O. Cama�o. Marcelo A. Guinle.  Eduardo D. Rollano. Juan Estrada..

La NAC&POP no se hace responsable por el contenido de los art�culos de opini�n que se difundan por esta red ya que deben ser considerados realizados por los compa�eros a titulo personal.

Director Editorial: Mart�n Garc�a / Coordinadora General: Rosana Salas

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25 DE MAYO DE 2009

 

En un nuevo aniversario de la revoluci�n de Mayo y a pasos del Bicentenario, tomemos como ejemplo a Manuel Belgrano y Mariano Moreno, creadores de los primeros peri�dicos de la revoluci�n para hacer frente a la oligarqu�a colonizadora.

 

Hoy nuestros medios son el reflejo vivo del Correo Mercantil o La Gazeta de Buenos Aires.

 

Hoy m�s que nunca a casi doscientos a�os de aquel 1810 tenemos el deber irrenunciable de terminar la gesta patri�tica que iniciaron nuestros pr�ceres, liberarnos del yugo colonial e imperialista representado por los grupos concentrados de poder y de la informaci�n.

 

Sigamos la conducta militante que en aquella �poca se llamo la carrera de la revoluci�n, dejando de lado lo personal para que prevalezca primero el inter�s general y la Patria.

���VIVA LA PATRIA!!!

 

Comisi�n Directiva

CO.RA.ME.CO

 

Orden General del 27 de Julio de 1819:

"Compa�eros del exercito de los Andes: La guerra se la tenemos de hacer del modo que podamos: sino tenemos dinero, carne y un pedazo de tabaco no nos tiene de faltar: cuando se acaben los vestuarios, nos vestiremos con la bayetilla que nos trabajen nuestras mugeres, y sino andaremos en pelota como nuestros paisanos los indios: seamos libres, y lo dem�s no importa nada... Compa�eros, juremos no dejar las armas de la mano, hasta ver el pa�s enteramente libre, o morir con ellas como hombres de corage"Gral. Jose de San Mart�n.

 

Confederaci�n de Radios y Medios de Comunicaci�n de Argentina

http://www.lacorameco.com.ar

 

CONTRA LAS OPERACIONES DE PRENSA DEL OLIGOPOLIO MEDIATICO

NUEVA LEY DE MEDIOS

���EL MOMENTO ES HOY!!!

 

 

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1 comentario:

Anónimo dijo...

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